¿Y si amanece por fin?
Pedro Oller [email protected] | Martes 16 diciembre, 2008
Pedro Oller
Digamos, por un segundo, que lo acontecido en la rotonda Juan Pablo II no fue importante. Pretendamos entonces que ni es el caos vial lo que ocupa, ni la defensa de un ciudadano quien —en aras de satisfacer sus compromisos laborales y de sueldos— cambió en un banco del Estado, una precaria suma. Hubo dos cacos muertos. Hagamos la vista gorda porque nadie lo protegió, porque no hay atención ni seguridad.
Digamos por un segundo que no nos pasa, que no es importante. Asumamos esa actitud que invade y evade. El que alguien más es la víctima y que aquí solitos todavía andamos incólumes, intocables.
Entendamos por absoluto ese principio del derecho penal de la defensa propia y busquemos, muy dentro, aquello que no lo implica. Hagamos, cual banal ejercicio del mal gobierno, la retórica cuestión de hasta dónde he de llegar a fin de defenderme. Y pensemos en la DIS.
Pongamos, por principio, que la cosa es misteriosa y Berrocal estaba francamente equivocado. Pretendamos, bajo el supuesto de que la señora Ministra lleva razón y la percepción no le gana en lo imperceptible a la realidad. Convirtámonos en ilusos mortales, dejémonos llevar por la corriente.
Adoptemos —para estar tranquilos— esos parámetros que nos comparan con otros pero no con nosotros. Y démosles viaje a la imaginación, a la fantasía y a la desilusión. Así terminemos con la Costa Rica que recordamos, anhelamos y buscamos.
Cierto, crecí entre rejas. Cierto que también y quizás más en mi casa, el asunto transcurría por vías alternas de Hijos del Diablo, La Familia y violadores, sicarios y asesinos. Cierto entonces, nada más que la (a)normalidad me había abordado cual discurso diario.
Mas no como ahora. Asumamos —impuesto por el noticiario vespertino— con la advertencia diaria del sicario, del asesino, del violador, del abusador, del narco. Pretendemos que no atañe. ¿Llevará razón la primicia por encima de un país? Yo no me la trago.
Ha llegado la hora, como en la rotonda Juan Pablo II, de cambiar el paradigma. ¿Don Fiscal, usted que bien habla, también escucha?
La relación no está en las leyes. Constan las gentes asaltadas por los caídos solo días antes, últimos que permanecen en la Medicatura Forense a fin de cuestionar: ¿Válido el principio de reconversión de los cuasi-reos (esos que viven en San Sebastián)? O, quizás en un espíritu más inclusivo: ¿Se tiene por bueno el cambiar un sistema que no sirve por medidas cosméticas, sensacionalistas y no decisivas, como las que nos han impulsado?
Señores, hablamos de ¢1 millón para encarar dos muertes. De lo que para muchos, en esta vida tan desdichada y llena de impares, es toda la plata del mundo. Cual si la víctima de la agresión no tuviera reparo. ¿Han quedado tendidos y nos damos por satisfechos bajo el supuesto de Justicia?
Difícilmente. No hace nada que el criterio eran doscientos cincuenta mil —una cuarta parte— el pseudo-criterio y, por sobre todo, era una oportunidad arbitrariamente impuesta por un Fiscal. ¿Será que ahora necesitamos de balas y balazos para hacer valer el mal impuesto “criterio de oportunidad”?
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