Una educación pertinente
Una educación pertinente
Recientemente se me preguntaba sobre mi percepción de lo que debería ser la educación para este siglo. Inmediatamente pensé en el concepto de la pertinencia y cómo ya lo había descrito en otra oportunidad.
La pertinencia, como uno de los parámetros para valorar calidad educativa, la considero desde dos aspectos. El primero, a lo cual llamaría eficiencia del sistema, se caracteriza por los indicadores de deserción, repitencia, permanencia y promoción. Es indudable que el Estado, a través de las diferentes administraciones, ha mantenido una actitud proactiva en el desarrollo de programas que intentan resolver los problemas al respecto.
¿Cuándo es la educación además de eficiente, pertinente? Cuando responde a las necesidades y perspectivas de los actores sociales que hacen realidad el hecho educativo.
Así entonces, la educación pertinente para este siglo debe apuntar hacia la forja integral de ciudadanos y ciudadanas con una muy clara conciencia de sus deberes y derechos, en una sociedad pluricultural. El aprendizaje y vivencia de valores cívicos y de solidaridad, por tanto, constituyen un eje fundamental de trabajo conjunto en una tríada indisoluble: escuela-familia-comunidad.
Además de los elementos que atienden al desarrollo humano integral, el curriculum de una educación pertinente, debe responder a las necesidades y características de la construcción significativa de conocimientos de sus actores.
De este modo, y como respuesta a la necesidad de enfrentar los problemas de la realidad circundante y nacional, la facilitación del proceso estudiantil de “conocer” y de “resolver”, por parte del docente y la docente, debe ofrecer una visión transdisciplinaria, de equipo, de las diversas ciencias que caracterizan al trabajo educativo. No es, entonces, un curriculum compartamentalizado el que responde a las necesidades de los estudiantes. Es, ante todo, uno en el cual cada disciplina, de manera colegiada, contribuye a la resolución de problemas desde su naturaleza compleja.
Por ello, los centros educativos, deberían ser comunidades de aprendizaje. Comunidades que estimulen la pasión por el desarrollo personal, espiritual y profesional de quienes las conforman: estudiantes, profesionales de la educación, personal de apoyo, padres, madres o encargados legales y la comunidad cercana. Veo a “la escuela” como un imán para todos y todas, sin importar la edad. Como un gran centro de inspiración para la construcción de una cultura de aprendizaje, exploración y desarrollo a lo largo de la vida.
Finalmente, la pertinencia de la educación tiene una relación directa con quien la administra en el aula, los y las docentes. De ahí que se requieran educadores innovadores, reflexivos, críticos de su propio quehacer, interesados permanentemente en su desarrollo personal y profesional, conocedores de la teoría que sustenta su práctica y dispuestos a transformarla y a transformarse a partir de la investigación.
Soledad Chavarría Navas
Recientemente se me preguntaba sobre mi percepción de lo que debería ser la educación para este siglo. Inmediatamente pensé en el concepto de la pertinencia y cómo ya lo había descrito en otra oportunidad.
La pertinencia, como uno de los parámetros para valorar calidad educativa, la considero desde dos aspectos. El primero, a lo cual llamaría eficiencia del sistema, se caracteriza por los indicadores de deserción, repitencia, permanencia y promoción. Es indudable que el Estado, a través de las diferentes administraciones, ha mantenido una actitud proactiva en el desarrollo de programas que intentan resolver los problemas al respecto.
¿Cuándo es la educación además de eficiente, pertinente? Cuando responde a las necesidades y perspectivas de los actores sociales que hacen realidad el hecho educativo.
Así entonces, la educación pertinente para este siglo debe apuntar hacia la forja integral de ciudadanos y ciudadanas con una muy clara conciencia de sus deberes y derechos, en una sociedad pluricultural. El aprendizaje y vivencia de valores cívicos y de solidaridad, por tanto, constituyen un eje fundamental de trabajo conjunto en una tríada indisoluble: escuela-familia-comunidad.
Además de los elementos que atienden al desarrollo humano integral, el curriculum de una educación pertinente, debe responder a las necesidades y características de la construcción significativa de conocimientos de sus actores.
De este modo, y como respuesta a la necesidad de enfrentar los problemas de la realidad circundante y nacional, la facilitación del proceso estudiantil de “conocer” y de “resolver”, por parte del docente y la docente, debe ofrecer una visión transdisciplinaria, de equipo, de las diversas ciencias que caracterizan al trabajo educativo. No es, entonces, un curriculum compartamentalizado el que responde a las necesidades de los estudiantes. Es, ante todo, uno en el cual cada disciplina, de manera colegiada, contribuye a la resolución de problemas desde su naturaleza compleja.
Por ello, los centros educativos, deberían ser comunidades de aprendizaje. Comunidades que estimulen la pasión por el desarrollo personal, espiritual y profesional de quienes las conforman: estudiantes, profesionales de la educación, personal de apoyo, padres, madres o encargados legales y la comunidad cercana. Veo a “la escuela” como un imán para todos y todas, sin importar la edad. Como un gran centro de inspiración para la construcción de una cultura de aprendizaje, exploración y desarrollo a lo largo de la vida.
Finalmente, la pertinencia de la educación tiene una relación directa con quien la administra en el aula, los y las docentes. De ahí que se requieran educadores innovadores, reflexivos, críticos de su propio quehacer, interesados permanentemente en su desarrollo personal y profesional, conocedores de la teoría que sustenta su práctica y dispuestos a transformarla y a transformarse a partir de la investigación.
Soledad Chavarría Navas
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