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COLUMNISTAS


Un teatro, y un país

Luis Alejandro Álvarez [email protected] | Jueves 17 enero, 2019


Luego del terremoto de Limón, 22 de abril de 1991, una de mis mayores preocupaciones fue que el Teatro Nacional estuviera en pie y sin daños.

A simple vista todo se veía bien, aunque posteriormente hubo que hacerle trabajos para mejoras y reforzarlo.

Hoy, casi 30 años después, se pretende la aprobación de un préstamo por $31 millones, lo que significa alrededor de ¢19 mil millones.

Esa suma genera más preguntas que respuestas.

Si bien, nos parece acertado que se tomen las medidas preventivas que corresponda para efectuar los trabajos que son necesarios, debe el Estado costarricense explicar con detalle cómo se invertirán dichos dineros, junto a la respectiva justificación de dicho gasto.

Lo anterior en aras de la transparencia y rendición de cuentas, sin dejar de lado la protección del Patrimonio Histórico.

Esta Administración, que es una prolongación de una en la que por pifias, errores “calculados”, FIAscos, dedicaciones exclusivas que no correspondían, y similares, se esfumaron ante nuestros ojos miles de millones, sin que se sentaran las respectivas responsabilidades de los funcionarios —realidad que ha imperado en la Administración Pública durante muchos años, a pesar de que la normativa establece esta responsabilidad a los funcionarios— nos hace observar con lupa lo proyectado.

Estamos sumidos en un problema fiscal, que no parece tener una solución a corto plazo, y con una economía que se continúa desacelerando.

Mientras esperamos como Penélope, las medidas para control del gasto, reducción de pluses salariales, y la reactivación económica que se pide desde varios sectores sociales, enfrentamos una delicada decisión: asumir un nuevo préstamo que se tendrá que cancelar, sumándose a las obligaciones del Estado.

No nos es clara la urgencia de la construcción de un túnel entre el Teatro, y la edificación nueva que se pretende construir para albergar las oficinas administrativas, para reducir el riesgo de un incendio en nuestra preciada joya.

Las modificaciones internas, que según han indicado algunas personas entendidas en la materia, alterarán la estructura original interna, lo cual le excluirá por siempre para aspirar a ser declarado Patrimonio de la Humanidad por las Autoridades de la UNESCO, ente que sin pasiones hará los estudios respectivos y concluirá que no se puede ser reconocido como tal, si se dan las alteraciones planeadas.

Retirar el sistema de la mecánica teatral manual, de las cuales ya hay pocos en el mundo, e instalar una digitalizada e insertar estructuras metálicas que nunca fueron parte de la edificación, vendrían a alterar la obra de forma significativa.

Eliminar dos de las secciones de butacas contiguas al escenario, para construir salidas de emergencia, que incluso en medios televisivos se ha afirmado que las hay suficientes, atentan contra el Teatro tal y como lo hemos conocido varias generaciones y alteraría completamente el diseño original.

Nadie puede asegurar que la intervención planeada cumple con las regulaciones de la Carta de Venecia, para que esta no degenere en un resultado no deseado para el Teatro Nacional, ni existe a la fecha, venia del Centro de Patrimonio del Ministerio de Cultura y Juventud para los trabajos que se pretenden realizar.

No parece ser consecuente lo que se pretende hacer con que se fundamente en el respeto a la esencia antigua y a los documentos auténticos.

Objetar o cuestionar lo propuesto, no se hace bajo la premisa de que no se deba invertir en temas culturales o de patrimonio histórico, ni por ser “fundamentalista”, como algunas fichas pro gobierno, intelectuales y periodistas afirman, pues no toleran la mínima crítica o cuestionamiento a ninguna propuesta que respalde el Ejecutivo.

El Teatro Nacional es una de nuestras más preciadas joyas, sino la más de todas, y no está exento de vivir la realidad actual del país.

Debe hacerse lo que corresponda, a un costo ajustado a esa realidad.

Si bien el Teatro ya no está rodeado de cafetales, y le rodea una ciudad caótica, urge garantizar que se le proteja de algún siniestro, pues es un símbolo de un país que ha ido perdiendo su identidad histórica, cultural y arquitectónica.

Ya nos deshicimos del Palacio Nacional, para construir en su lugar el Banco Central, y una Biblioteca Nacional, sustituyendo otra obra arquitectónica que era impresionante por un parqueo.

Hoy se trata de un Teatro y de un país: conservarlo y no comprometernos más de lo necesario y que podemos costear. 




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