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Triste

Pedro Oller [email protected] | Martes 13 enero, 2009


Triste

Pedro Oller

Se hace difícil escribir en medio de la tristeza, sobre todo cuando el tema es la razón misma que la provoca. Pero le haremos frente, en alto, porque el compromiso con la zona del desastre es de todos y, si en algo contribuimos a motivar el compromiso que deberíamos sentir por quienes nos necesitan, enhorabuena.
Me siento mal porque, al igual que muchos, minimicé la trascendencia del evento producto de lo vivido. Nos hemos mal acostumbrado a la benevolencia de un ser supremo que, generalmente nos ve con ojos de misericordia. En este caso, lo dimos por descontado y no vimos —hasta que empezaron a lagrimar las imágenes del desastre— lo grave de la situación.
No obstante, en el momento en que la magnitud del evento, de la catástrofe y de la tragedia humana nos trascendió, creo que hemos entrado en un estado colectivo de mea culpa y de desazón que nos ha agobiado a todos (al menos a muchos) por igual.
Nos pusimos rápido las pilas. Primero el gobierno, que tardó tanto en llegar a Limón, se hizo presente de inmediato y arrancó de forma expedita con sus obligaciones. Lástima que descuidaran lo mínimo como para que, encima de todo, se diera un incendio. Si la Comisión Nacional de Emergencias quiere cumplir con su cometido y, de paso, que se le tome en serio, debe hacer el propio.
Segundo, la empresa privada y los simples mortales quienes, como quien escribe, el mismo sábado habíamos atendido los llamados de colecta y de ayuda y habíamos contribuido. Magnífica la disposición y capacidad de reacción (para los de la CNE, ¡hay mucho por aprender!) de la Cruz Roja, los clubes rotarios y de leones, los espacios cibernéticos (Facebook) y tantas otros más que afectados por la situación dijeron presente. Fue una cuestión de segundos para lograr levantar contribuciones, ayuda y esfuerzos en pos de las víctimas y los caídos.
El encargo es mayúsculo, la tarea continua. Bien, así profundamente sentido, el mensaje que trascendió de doña Julia Ardón, dueña de Chubascos y que me enviaron por Internet. Me permito citarla, asumiendo desde ahora, el compromiso de no dejar tirada una zona que tanto me gusta, que tantas alegrías me ha dado y que tanto añoro: “Les cuento toda esta novela, porque generalmente cuando hay tragedias todo el mundo ayuda al principio, y eso es hermoso, pero para contarles que vamos a necesitar ayuda por largo tiempo… y una vez que podamos abrir de nuevo: ¿idiay? necesitaremos que vuelvan, que vayan a comer allá, que inviten a sus familias, que vayan a la zona… para que todas las familias que les han servido por años puedan seguir sosteniendo su modo de vida, que Uds. saben que en muchos casos ya era de por sí muy humilde”.
Asistiré con mi familia al Rezo del Niño en Chubascos el 31 de enero próximo. No encuentro mejor razón para decir presente.

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