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Tengo amigos, luego existo

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 15 junio, 2009



Tengo amigos, luego existo


Me precio de tener amigos. Tuve amigos en la infancia, en la adolescencia, en varios países, durante la vida universitaria, amigos de pareja, amigas íntimas, amigos gays, colegas amigos, amigos generacionales… en fin: amigos al fin.
Con los años aprendí que uno tiene en realidad muy pocos amigos de verdad. Que los dedos de la mano sobran para contarlos.
Hace un año alguien —no recuerdo quién, ni siquiera me acuerdo si era un verdadero amigo— me invitó a unirme a Facebook. No acepté. Dudé. No quería.
Pasaron los meses y empezaron las presiones de varios amigos: que todo el mundo está, que te reencontrás con amigos de tu pasado, que es muy divertido, que te enterás de la vida de otros amigos, que iniciás relaciones nuevas… ¡que existís!
Yo creía que existía: me reía a carcajadas, lloraba a mares, disfrutaba, sufría por las injusticias, escribía, cocinaba, traía y llevaba a mis hijas y las atendía.
Pero no. Estaba equivocada: si no estaba en Facebook no existía. ¿Y quién quiere no existir? No. Tenía que estar en Facebook.
No era la única —digo, Claudia Barrionuevo—: había otras 30. ¡Qué golpe para el ego! Estaba repetida. Era una simple Claudia Barrionuevo más.
No me importó. Estar en Facebook sobrepasaba el hecho de existir: ¡podía tener más “amigos” que dedos en las manos y los pies juntos!
Un momento: ¿de verdad tenía tantos amigos?
Apenas inicié mi existencia en Facebook empezaron a pedirme mi amistad: familiares, amigos, conocidos y desconocidos. Es más: personas a las que sé que no les simpatizo. ¿Por qué querrían ser mis amigos?
La angustia me sobrepasó. Okey, ahí estaba mi sobrino, por supuesto que lo acepto. Aunque no es mi amigo, es mi sobrino. Mi amiga de toda la vida, bienvenida. Pero prefiero hablar con ella personalmente o —ni modo— por teléfono. Me escribe un conocido que no me cae mal, pero es solo conocido. Qué feo decirle que no. Está bien, sé mi amigo. Alguien que no recuerdo haber visto, cuyo nombre no me es familiar solicita mi amistad. Según me informan es “amigo” de mis “amigos”. En ese caso ¿qué tengo que hacer? ¿Cuál es el protocolo en ese mundo virtual? ¿Aceptarlo? ¿No nos decían desde niños, “no hablés con desconocidos”? ¿No hemos aprendido después de algunos golpes en la vida que —a veces— los más cercanos y supuestamente conocidos nos son totalmente ajenos?
No tengo muchos “amigos” en Facebook, apenas 36. Algunos de mis “amigos” tienen 700. ¡Laura Chinchilla llega a los 1.500! ¿Quién tendrá más? ¿Será una cuestión de competencia? Tal vez los que están en Facebook quieren tener 1 millón de amigos como Roberto Carlos.
Parafraseando la máxima filosófica de Descartes, “Pienso, luego existo”, yo puedo decir: “Estoy en Facebook, luego existo”. Solo que el “luego” se puede usar en sus dos acepciones: por lo tanto e inmediatamente después.
Es decir, ¿estoy en Facebook y luego —por lo tanto— existo? (Quien no está en la web, ¿de verdad existe?).
O ¿estoy en Facebook y luego —más tarde— existo? Sí, más tarde: cuando termine de chatear, de escribir en el muro de mis amigos, de hacer los tests, de averiguar qué piensan los demás, de publicar fotos o artículos.
Más tarde me dedicaré a existir, a vivir. ¿Salgo con mis amigos, tal vez? ¿O ya no hace falta porque nos comunicamos en el espacio virtual?

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