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Marcello Pignataro [email protected] | Lunes 14 enero, 2008
Marcello Pignataro
Los recientes triunfos de Barack Obama y Hillary Clinton, en Iowa y Nuevo Hampshire respectivamente, hacen pensar que será alguno de ellos dos quien sea electo como candidato a la Presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata para las elecciones del próximo año.
El famoso “super martes” el próximo 5 de febrero aclarará aún más el panorama.
Sea cual sea el resultado, Estados Unidos se prepara para elegir, por primera vez en su historia, a un hombre de raza negra o a una mujer como su Presidente.
Hace más de 40 años otro hombre se perfilaba como el primer católico que podría ocupar la presidencia de Estados Unidos, y lo logró. John F. Kennedy no solo fue presidente de Estados Unidos, sino que logró convertirse en figura histórica para su país y para el mundo.
Dado que el actual presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no ha parecido capaz de satisfacer las necesidades de su pueblo y, pareciera, más bien pierde apoyo popular conforme pasa el tiempo, las probabilidades de resultar electo se inclinan más hacia quien quiera sea el candidato (o la candidata) demócrata.
Una vez que resulte electo cualquiera de los dos precandidatos con más posibilidades, Estados Unidos deberá escoger entre el carisma y la ruta de los sueños de Obama o el regreso a sus raíces y la preocupación por los estadounidenses de Hillary.
La coyuntura actual del país del norte ha orientado la discusión de los demócratas hacia dos o tres asuntos principales: la guerra en Irak y la posible retirada de los estadounidenses; el acceso a servicios médicos para la mayoría de los estadounidenses y, finalmente, la idea de beneficiar más a los habitantes que a las corporaciones multinacionales. Este último punto ha sido más fuertemente tocado por la senadora Clinton que por su principal contendiente.
Nosotros, los costarricenses, no podemos sentirnos ajenos a lo que pase en las elecciones de Estados Unidos. La decisión del pueblo estadounidense nos afectará, irremediablemente.
El resultado vendrá a alterar desde el tipo de cambio del dólar hasta las futuras relaciones comerciales que podamos sostener con nuestro –hasta ahora– principal socio.
Las proyecciones de inflación que pueda hacer nuestro Banco Central pueden pasar a mejor vida con el simple hecho de que uno u otro candidato resulte electo.
Como ha sido hasta la fecha, y como probablemente sea siempre, si Estados Unidos se come la piña, a nosotros nos duele el estómago. Las elecciones de 2009 no serán la excepción.
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