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Técnicos, políticos y ciudadanos

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 09 octubre, 2017


Técnicos, políticos y ciudadanos

Con la Caída del Muro de Berlín muchos creímos que un gran consenso en libertad, democracia y mercados abiertos fortalecería el desarrollo político de las naciones, la gobernanza internacional y el desarrollo humano. Mucho de eso se ha dado. Pero no el consenso en valores que esperábamos.

Hay hoy más democracia, menos pobreza, mayor expectativa de vida y un mayor nivel de educación en la tierra que hace 27 años. Terminó la Guerra Fría, pero estamos lejos de un acuerdo en cómo seguir avanzando; seguimos experimentando avances y retrocesos a nivel mundial y nacional en las vivencias de libertad, democracia y apertura económica; y no se ha avanzado mucho en acuerdos respecto a la gobernanza mundial, ni respecto a los mejores sistemas políticos y a cómo avanzar en la defensa de los derechos humanos. Ni siquiera se han alcanzado esas metas a nivel de las naciones que en mayor medida comparten los ideales que parecían universalizarse en aquellos heroicos días en Berlín.

Para muchos la Caída del Muro significaba que se hacía realidad el fin de las ideologías planteado por Daniel Bell en 1960 y para otros incluso implicaba el reino de la libertad con el cual regiría “El Fin de la Historia”, como lo proponía Fukuyama.

Ante el consenso en valores que entonces preveíamos y con ideologías mucho menos diferenciadas, algunos pensábamos —con optimismo y alegría— que la diversidad política se basaría en la especificidad de sus planeamientos técnicos: dominaría la TECNOCRACIA.

Claro que la comunicación del mensaje técnico es mucho más difícil que la prédica de valores claramente contrapuestos: libertad frente a autoritarismo; estado de derecho contra poder del gobernante; planificación centralizada o dirigismo vs. mercados libres; descentralización ante centralización; libre emprendimiento o igualdad de resultados. Es más difícil diferenciar el mensaje, explicarlo y resumirlo. Es más difícil tener disposición para emplear el tiempo en oírlo y asimilarlo. La gran interferencia que rodea los mensajes es en este caso más estorbosa.

Pero creímos que, a pesar de esas dificultades en la comunicación, la imitación de los ciudadanos a los líderes formadores de opinión haría que las diferencias tecnocráticas pudiesen ser evaluadas por los votantes. Los errores de percepción propios de la ignorancia se corregirían al seguir la opinión de líderes técnicos y políticos.

Las tendencias políticas de este siglo nos han obligado a quienes así creíamos a reconocer nuestro error, ¡ojalá temporalmente!

Ahora más bien impera una gran desconfianza en las elites, en los técnicos y sobre todo en los políticos.

Vivimos el tiempo de la “posverdad” y los “hechos alternativos”, de la “paparrucha” (vieja palabra, que en castellano define a una noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo: DRAE). Hoy los hechos objetivos tienen mucho menor influencia. Ahora son más influyentes los sentimientos, las emociones personales, no impera el racionalismo ni se aceptan con facilidad los juicios de los entendidos. Aun en el caso de que todos en una sociedad progresen, algunos lo hacen más aceleradamente. Y la “civilización del espectáculo” (Mario Vargas Llosa) y la trasparencia que imperan, deslumbra con esos éxitos ajenos. Entre los sentimientos prevalecen las emociones relacionadas con la envidia y el resentimiento.

De la generalizada desconfianza lo que surge es una demanda por trasparencia y regulación. La excesiva regulación dificulta tomar decisiones. La transparencia no crea confianza sino que más estimula el morbo, y la difusión morbosa acrecienta la desconfianza.

Pero no podemos tener paz y tranquilidad en medio de la incertidumbre. Necesitamos anclar nuestras esperanzas en algo seguro. Si no confiamos en los técnicos y los líderes tradicionales para los temas sociales surge el caudillo populista que alimenta los sentimientos de envidia y resentimiento y sobre ellos construye sus falsas soluciones.

¿Cómo recuperar la confianza en técnicos y políticos y rescatar su prestigio? ¿Cómo volver a creer?

¿Podremos hacerlo en un mundo en el que el relativismo destruye la verdad? ¿Podremos hacerlo si le damos la espalda a la trascendencia?

Claro que sí. A la larga la verdad se impone. Los hechos son o no son. La paparrucha no es. El telón se cierra y se acaba el espectáculo y volvemos a vivir la realidad. Pero el tiempo que ello toma causa mucho dolor y sufrimiento.

Seamos inteligentes y evitemos sus más perjudiciales efectos.

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