Talleres agroindustriales reactivan a privados de libertad
Luis Fernando Cascante [email protected] | Viernes 26 agosto, 2016
El hombre de la foto ha pasado una cuarta parte de su vida tras las rejas. Sin embargo, una serie de aptitudes y su avance en el sistema lo hicieron merecedor de un rol de trabajo en La Reforma, la cárcel más grande de Costa Rica.
El colombiano, de apellido Salazar, cumple una condena por narcotráfico, delito que se castiga por igual si la mercancía traficada es de un kilo de cocaína o una tonelada.
Su trabajo consiste en “laquear” y sellar la madera, el último eslabón en el proceso de fabricación de pupitres y comedores escolares para las escuelas públicas del país.
“Es una motivación muy 'berraca' porque le hace a uno distraerse y olvidarse de tanta cosa mala que pasa allá adentro”, comentó el privado de libertad, quien es uno de los 50 hombres que labora en la unidad de maderas.
Un 43% de los reos cumple con un rol de trabajo en alguna de las actividades productivas del centro.
Algunos trabajan en uno de los viveros a cargo del departamento agropecuario.
Recientemente formaron parte del proyecto de rearborización en La Sabana, una iniciativa que sustituyó 317 árboles enfermos, afectados por hongos, barrenadores u otras razones.
De hecho, un 60% de los árboles que se plantaron en este proceso, fueron responsabilidad de los privados de libertad de La Reforma.
Su coordinador, el ingeniero agrónomo José Francisco Cubero, trabaja con unos 40 privados de libertad, una cifra que varía dependiendo de la época del año.
En el vivero, los reclusos cortan palma africana, cogen café y cortan madera que se utiliza para la fabricación de camarotes.
Sus beneficiarios reciben unos ¢16 mil por quincena, que les sirven para pagar algunos gastos básicos y en algunos casos, enviar dinero a sus familias.
“Yo vengo de una etapa donde uno no tiene nada más que sentarse en una cama. Acá uno se gana las monedas. Me he vuelto más responsable en las circunstancias. He tratado de aprovechar todo mi tiempo aquí para que ellos vean que puedo reinsertarme”, comentó Edwin, uno de los privados de libertad que trabaja en la unidad textil.
Esta unidad recibe materia prima de una empresa en Santa Ana. El material, popularmente conocido como “mecha”, se rompe y procesa para la elaboración de productos como osos de peluche. Por cada kilo procesado, las personas reciben ¢300.
Esta actividad requiere un horario de 8:30 a.m. hasta las 3 p.m., lo que disminuye el efecto del encierro sobre la persona.
Otros privados de libertad administran el gallinero de La Reforma, donde crían a 1.200 gallinas para el procesamiento de huevo. Ahí aprenden a suministrar medicamentos
Esta actividad abastece a todos los centros penitenciarios en el país.
Antes y después
Aunque una buena parte de la opinión pública aún exige “que los reos trabajen”, lo cierto es que esto sucede desde finales de los años 70, cuando se creó el reglamento que supervisa y define esta práctica.
Los centros penitenciarios identifican a los privados de libertad aptos para trabajar, evalúan sus capacidades y destrezas, y luego los capacitan en el oficio específico, ya sea aprendiendo sobre salud animal, cultivos, soldadura u otros oficios.
Este modelo ahora se aprovechará en mayor escala con la puesta en marcha de las unidades productivas de San Rafael de Alajuela, Pérez Zeledón y Pococí.
La meta del Ministerio de Justicia es articular estos procesos con la creación de la Oficina de Inserción Social, que entraría a operar el próximo año.
Este departamento funcionaría como una bolsa de empleo y acompañamiento para que el privado de libertad pueda encontrar trabajo luego de salir de la cárcel.
A esto se le suma la aprobación de la ley de antecedentes penales, que limpia la hoja de delincuencia a personas con condenas de tres años e inferiores, o por delitos culposos.
El trabajo como terapia
Más allá de la ínfima ganancia económica, el privado de libertad encuentra en su rol de trabajo un espacio de distracción, que busca revertir los efectos del encerramiento.
“Trabajando nos terapiamos en otra cosa, los problemas uno los deja atrás. Ya lo que pasó, pasó, porque queremos ver si algún día nos podemos reintegrar a la sociedad. Es duro. A veces la familia está muy pobre y no tiene cómo venir a verlo a uno y eso nos sirve de ayuda para mandarle a ellos”, afirma Jimmy, de la unidad de textiles.
Barrer en el taller de maderas es parte de las tareas de José Carlos. Admite, como todos, que las condiciones en la cárcel no son propicias para la salud mental, pero que el rol de trabajo le permite descongestionarse.
“Dios guarde caiga un feriado, porque uno se queda sin salir”, dice Diego, uno de los privados de libertad a cargo del vivero de La Reforma. Este vivero fue el responsable de un 60% del proyecto de rearborización de La Sabana.