Sin romería pero con fe
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 22 julio, 2009
Hablando Claro
Sin romería pero con fe
La cancelación de la más emblemática festividad de fe católica costarricense en un año que nos resulta marcado por la crisis económica, el terremoto de Cinchona, la pandemia de una gripe que genera más preguntas que respuestas y por lo tanto, una gran incertidumbre y —en las últimas semanas— la crisis político institucional de nuestros hermanos hondureños con una fuerte repercusión en nuestro país, es sin duda un golpe al ánimo nacional; porque como la acepción del término lo indica, la romería es una fiesta popular, una peregrinación que se inspira en la devoción y el fervor y que tiene cada año un sello particular que responde precisamente a las características también únicas y particulares con las que marcamos las hojas de cada calendario, tanto en nuestras historias personales como en la historia de la nación que todos juntos constituimos.
Resulta entonces absolutamente comprensible que tanto quienes tenían la férrea determinación de hacer la romería este año, como aquellos que somos tan solo admiradores respetuosos de esta hermosa tradición de la cultura costarricense, reaccionemos con tristeza y nostalgia ante la drástica decisión de nuestras autoridades. Pero por otro lado —ante lo adverso de las circunstancias— es tranquilizador en extremo constatar el incuestionable y sereno liderazgo con que nuestra Ministra de Salud está conduciendo paso a paso, semana a semana, día a día, las acciones para contrarrestar los efectos de esta pandemia. Si en este momento, como lo explicó ayer la doctora Avila, nueve de cada diez de nosotros tenemos la posibilidad de contagiarnos, sería un despropósito no actuar en consecuencia. Por supuesto, también resulta ejemplarizante observar la ecuanimidad, serenidad y aplomo con que las autoridades de la Iglesia de Cartago acuerpan la decisión que dolorosamente las obliga incluso a cerrar el templo los días más importantes de la celebración para desestimular así cualquier intento de congregación multitudinaria espontánea que, de otra forma, sería prácticamente imposible de contener.
Por supuesto que la fe es un sentimiento que nace, crece y se fortalece desde lo más profundo de cada ser humano. Es, como bien sabemos, la certeza de lo que no se ve. Y aunque haya pequeños grupos de personas que cumplirán su anhelo de ir a la Basílica en estos días haciendo la visita entre semana, la mayoría de los 2 millones de feligreses que habrán de posponer su empeño para 2010 (así lo entiendo desde mi ínfima convicción mucho más pequeña que la de aquel grano de mostaza) harán sus mejores propósitos sin trasladarse hasta nuestra meca. Para que al concluir este difícil 2009 podamos decir que hemos salido unidos y fortalecidos ante la adversidad, como suele suceder a los seres humanos cuando nos enfrentamos a las inevitables crisis de nuestras vidas. Porque la fe mueve montañas.
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