Siempre no
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 15 octubre, 2007
Difícil para muchos costarricenses amanecer el 8 de octubre de 2007. Duro para un 30% de la población. Alegre para el otro 30%. Indiferente para el 40% restante.
Yo me encontraba entre esa primera mitad del 60% que había ido a ejercer su derecho al sufragio. O más bien entre la mitad que no llegó a la mayoría. Pero bueno, no era la primera vez que perdía una elección. Era –más bien— una vez más.
Estaba curada de espanto y como lo dije en la última columna, no creo en las encuestas. No me alegré con la que se hizo pública pocos días antes del referéndum. Supuse que tenía alguna intención. La tenía. No me extraña.
En realidad lo más duro de estos días ha sido consolar a mi hija Manuela. Todavía no ha sufrido su primera desilusión amorosa y ya ha tenido que sufrir la primera ideológica. Porque ella sí creyó en la encuesta. Porque ella, al igual que a todos los asistentes a la marcha del 30 de setiembre, se le hinchó el corazón creyendo que otra Costa Rica era posible. Porque vivió la esperanza y la energía de ese domingo 7 siendo guía en un escuela de Montes de Oca.
A las 8.35 p.m. ante los primeros y absolutos datos dados por el TSE, debí confrontarla con la realidad. El no al TLC había perdido. Sin fraude, pero había perdido.
Quería llorar pero no debía. Mi obligación maternal me exigía consolar a mi cachorra con argumentos contundentes.
Convencerla de que no vale la pena llorar por una elección perdida: a mi edad he perdido todas las elecciones desde 1982, primera vez que me tocó votar. (Bueno, más de un diputado he podido elegir.)
Explicarle que la democracia vale la pena aunque el dinero sea en mayor medida el que la mueva.
Hacerle entender que la maquinaria de organización y recursos económicos que desplegó el sí tuvo más fuerza que el corazón y las convicciones del no.
Ayudarla a aceptar que así era, es y será el juego de la democracia, que —sin lugar a dudas es preferible a una dictadura— pero que no siempre se gana. O mejor dicho: ayudarla a aceptar que siempre se pierde. Nunca una elección es igual a las películas de Hollywood con final feliz.
Y en todo caso decirle (y decírmelo a mí misma y decírselo a todos ustedes) que en realidad no se trataba de una derrota absoluta. Que el camino recorrido en pos de un país más solidario, con mayor conciencia ética y social no ha desaparecido.
Que somos muchos (y de lo más heterogéneos) que soñamos con un cambio. Y que —inevitablemente— como no fuimos pocos, nos tienen que seguir escuchando.
Antes de que el TSE abriera la sesión solemne ya se podía ver a altos dirigentes del PUSC abrazando al presidente Arias y a sus ministros y colaboradores en la Casa presidencial. El PLUSC también existe. El debilitado y alicaído PUSC encontró en esta victoria la posibilidad de poder congraciarse con el partido dirigente. ¿Son o no son los mismos? Por supuesto. Y lo seguirán siendo.
Por más que acepto con total respecto el resultado del referéndum, me niego a compartir la frase que muchos repiten: “Costa Rica dijo sí”. No es así. La mitad más uno de los que fueron a votar dijeron sí. Yo no. No, gracias. Siempre no.
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