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Segundas partes

Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 17 noviembre, 2007


Cada vez se hace más claro que “segundas partes nunca fueron buenas”, de ahí que el presidente Kirchner haya dejado en manos de su esposa la elección de la segunda presidencia en Argentina, bien asesorado en el sentido de que nadie se salva de dos periodos en el poder porque desgasta más que un matrimonio, como lo pueden demostrar sin mayor esfuerzo Carlos Saúl Menem y muchos otros a menos que reformen constituciones y se entronicen como “salvadores de la patria”.

Kirchner calculó que aun contando con más del 60% de los votos, le convenía aguardar hasta 2011 para repetir sin el riesgo de endiosarse, como es común en los mandatarios que se empeñan en ser las únicas soluciones posibles. Creo que no fue un buen cálculo: primero porque Cristina Kirchner que era candidata segura por la estupidez de la oposición (la cual está más dividida que un queso procesado) no podía perder y segundo porque pensaban —como lo muestran las caricaturas recientes— que Cristina podía ser manejable como las caricaturas intentan demostrarlo al presentar un ventrílocuo, que es el Presidente, con un muñeco que él maneja y que aparece como su esposa.

Los chistes sobre el particular son sangrientos pero injustos: primero porque una mujer argentina es inmanejable, segundo porque Cristina particularmente tiene un carácter que se las trae, tercero porque a ella le va a tocar gobernar en un momento muy difícil cuando es claro que se acaba la luna de miel del pueblo que ha apoyado a su presidente por los resultados económicos que comienzan a esfumarse tras una inflación que ya no puede ocultarse y cuarto porque el estratega de la dirigencia del fútbol, Mauricio Macri, presidente del Boca (la mitad más uno del país) acecha después de haber ganado el gobierno de la Autónoma Ciudad de Buenos Aires, hacerlo muy bien y apuntando como el único contrincante de Kirchner para presidente en 2011.

Pasó con diversos presidentes que no soportaron el segundo periodo: después de haber saboreado las mieles de la repetición se creen la mamá de Tarzán envuelta en huevo y olvidan el axioma español que expresa que un comendador en sus tres años es un Sancho Bravo en el primero, es un Sancho Abarca en el segundo y es un Sancho Panza en el tercero. Nadie se salva de esto, nadie. Lo malo es que tampoco soportan la crítica, por elemental que sea y embarran su accionar; tal vez se creen amados sin darse cuenta que el electorado ya no es el mismo y que buena parte de sus partidarios yace en jardines cementerios o bien, en alojamientos geriátricos.

Ahora surgió otro periodo presidencial: el eterno, que resulta incalificable pero al menos sabemos que terminar se termina más temprano que tarde: no hay antecedentes para un tercer periodo continuado, a no ser que resultara interrumpido en dos oportunidades, como el caso de Perón. Claro está, uno puede durar 40 años, pero sin elecciones, como sucede en Cuba.

Ahora bien, el mundo en que vivimos se ha vuelto vulgar, cada vez más habitado por patanes y nos domina lo chabacano al punto de llegar a la malacrianza y el irrespeto, porque la vulgaridad es más soportable que el que se proclame el derecho a ejercerla. “Dove si grida non é vera scienza”, decía Leonardo, donde se grita no existe razón, porque el grito es el primer aviso de la agresión y la violencia, hijos legítimos de la estupidez, el combate y la muerte.

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