Rigor ético
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 17 febrero, 2016
En la sociedad democrática, el ejercicio del periodismo libre es pasaporte mayor de ciudadanía
Hablando Claro
Rigor ético
Existe en todo buen reportero que se precie de serlo, un olfato fino; un sentido hipersensible desarrollado para percibir una posible historia noticiosa, a partir de un dato, de un testimonio o de una simple observación del entorno; factores que nos permiten hilar hechos, hilvanar cadenas de circunstancias, acontecimientos y señales para establecer hipótesis de lo que puede eventualmente constituir un hecho de interés público que sea digno de ser contado al público.
Pero también sea dicho, no es algo tan simplón como “solo” olfatear aquello que pareciera ser la gran historia, la ansiada exclusiva.
El periodismo no es un oficio desprovisto de técnica, de rigor y sobre todo, de parámetros serios de desempeño. Y si bien es cierto sigue siendo el arte de contar cosas, la credibilidad también persiste como el bien preciado sobre el que se asienta la confianza pública, que es la carta de navegación que la sociedad nos otorga para, desde nuestra condición de periodistas independientes y desde el ejercicio de los medios de comunicación, validarnos cada día en el desempeño de nuestra función.
En la sociedad democrática, el ejercicio del periodismo libre es pasaporte mayor de ciudadanía; por ende de participación activa. Y nos guste o no reconocerlo (algunos ni siquiera lo admiten) somos también actores políticos. Ejercemos un papel que inclina decisiones, refuerza o destruye, amplía criterios o restringe la capacidad de la opinión pública receptora para poder formar sus propios juicios a partir de los hechos que cotidianamente les presentamos.
Y no importa que estemos desempeñando nuestro trabajo en medio de esta vorágine de la comunicación en todas las vías y por todos los medios, los marcos del desempeño ético del ejercicio periodístico siguen estando vigentes, y tal vez, más que nunca, dado que existiendo canales de información al infinito, son pocos los espacios en los que la gente va optando por refugiarse. Cuidar la reputación y la credibilidad es importante. Y tanto como ello, lo es recordar que manejamos el bien público de la confianza, por cierto venida a menos en la adhesión del costarricense a su sistema democrático.
Toda la reflexión, por supuesto, a propósito de que se construyó la semana pasada una noticia falsa sobre el costo de viaje de los cubanos migrantes varados en el país, a partir de supuestos no corroborados rigurosamente. A partir de rumores y presunciones que no fueron debidamente contrastados y que obligaron al Poder Ejecutivo a reaccionar enérgicamente para enderezar lo que podría haberse convertido en una crisis dentro de la crisis.
Y lo peor, a pesar de la claridad meridiana con que la Organización Internacional para las Migraciones explicó la forma seria y transparente mediante la que se seleccionó a la empresa encargada para ejecutar “la opción más segura, organizada y económica… incluyendo para ello planes logísticos y de coordinación” la falsa información se siguió sosteniendo, en un empeño inútil por intentar demostrar la inexistente conexión entre operativo y supuesto delito.
El periodismo es un oficio noble. Si se actúa con nobleza. Si se respetan los parámetros rigurosos de su quehacer. Pero sobre todo, si no permitimos nunca que la mala fe se le adhiera como una hiedra venenosa.
No podemos olvidar nunca el poder que tenemos. La fe pública que se nos otorga y el papel que cumplimos en el juego democrático.
La libertad del ejercicio de prensa que tenemos es de tal naturaleza preciada, que no podemos darnos el lujo de estarla manoseando. Los periodistas de primeros.
Vilma Ibarra
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