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Reivindicando el pasado

Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 10 noviembre, 2007


Pa’trás ni pa’coger impulso dice el viejo refrán que reivindica el presente del Carpe Diem romano y crea divergencias en nuestro modo de ver el tiempo, nuestro tiempo. Pero no hay que tomárselo muy en serio, en especial porque los que así se refieren a su vida personal no hacen más que recurrir a la estratagema de olvidar, sin caer en el vicio de meditar para aceptar que vivir es pasar las malas para disfrutar siquiera unos instantes de las buenas.

Desde Chicago me escribe mi viejo amigo y colega de asesoría en marketing Myke Wynne y con relación a la reciente columna “Las generaciones” señala: “¡Excelente artículo, Polo! Un análisis desde una perspectiva que quizás solo el tiempo permite observar.

Mi héroe favorito, Sócrates, decía que ‘una vida sin análisis no vale la pena vivirla’ (esta frase se lee mejor en inglés (‘The unexamined life is not worth living’). En todo caso, tu análisis indica la validez de tus años de experiencia; obviamente, no han sido sin mérito. Churchill decía que no se puede entender el futuro si no se entiende el pasado. Ya que entiendes el pasado, ¿cómo ves el futuro?

Una definición de sabiduría es —la anticipación de consecuencias. Ojalá que nuestros años de experiencia nos permitan anticipar las consecuencias de nuestras decisiones pasadas y actuales. Gracias nuevamente por compartir tu rumiar intelectual; es fascinante”.

Mi héroe, en cambio, fue Peter Drucker y el Viejo decía que a los ejecutivos se les paga por profetizar, lo cual no era difícil si se proyectaba el escenario donde confluían las tendencias actuales; mi otro héroe, Ortega y Gasset, se alimentaba del pasado para comprender el porvenir pero aclaraba que el pasado no se ha tomado el trabajo de pasar para que lo neguemos sino para que lo integremos y nos montemos sobre él para sentirlo firme bajo nuestras plantas y así otear con mayor acierto lo que nos depara el futuro.

Pero no se trata de entender el futuro como una continuidad del pasado porque la nuestra es una realidad de constantes rupturas que hay que atisbar en la incesante espera de sorpresas y cambios. Más bien hay que mirar un poco más allá del reciente pasado histórico para comenzar a llenarnos de evidencias.

Baste con rememorar la historia que abrevamos en el bachillerato para recordar que la decadencia del Imperio Romano comenzó cuando el modo de vivir de esa sociedad se fue deteriorando, se secaron los vientres y la familia comenzó a naufragar; cuando la egregia sociedad real francesa, en medio del auge de la Ilustración dejó de meditar sobre el futuro y se entregó a una vida licenciosa y vacía; cuando la Reforma religiosa rescató a la Iglesia de la venta de indulgencias para crear nuevos modos de experimentar lo teológico y desde ese principio iniciar un nuevo camino que salvó a la misma Iglesia, toda vez que lo que merece reforma es capaz de ser valioso y digno.

Y ¿cómo olvidar que los imperios se construyeron para expandirse, más allá de las ideas que debían proponer un estilo de vida y un modo de pensar? ¿Y por qué no recordar ante la profusión idiotizante de los deportes y las telenovelas, los tiempos del “panem e circenses” del circo romano para evitar que el pueblo pensara y se quedara quieto sin caer en las tentaciones del levantamiento y la destrucción?

El tema da para más, en especial porque la tecnología no basta para modificar la mediocridad, la violencia, la carencia de ideas y el vacío existencial de pasar por la vida sin darle sentido y validez.

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