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Reflexiones: La competencia no funciona por decreto

Leiner Vargas [email protected] | Jueves 17 junio, 2021


He venido viendo como algunos abogados e ingenieros poco formados en economía abordan el tema de la competencia y la regulación de los mercados en Costa Rica. Es evidente que la competencia, en mercados estrechos y pequeños como los centroamericanos, no funciona por decreto. No por el hecho de liberalizar, soltar o dejar a la libre un mercado en su funcionamiento, tenemos como resultado más o mejor competencia en el mercado. Muchas veces los mercados tienden por su propia naturaleza, estructura o arquitectura institucional, a ser poco o no competidos. La colusión, concentración y grado de competencia de los mercados dependen en mucho del tamaño, participación del mercado, rivalidad existente, control o no de materias primas, así como, de aspectos claves de la cadena de valor y de la dominancia existente. Es poco lo que se puede hacer mediante decretos o leyes de competencia para corregir fallas de mercado evidentes que inhiben la competencia en el mercado.

Otra falsa premisa que acostumbran a asumir quienes no conocen a cabalidad el funcionamiento de los mercados, es que la naturaleza comerciable del bien ya genera, como por obra de magia, competencia de los importadores y presión competitiva del mercado internacional. Se asume, muchas veces el supuesto de que existen cero costos de transacción o que el control de los mercados globales no existe y que dichos mercados funcionan como un mercado competido. Nada más lejos de la realidad. La escala de importación, los controles estratégicos de grupos corporativos transnacionales, el ejercicio de amplio poder de mercado de firmas que dominan los mercados de acceso a materia prima estratégica, a semillas o conocimiento y patentes claves, el control de ciertas normas técnicas al exportar o importar y por supuesto, las amplias barreras de entrada referentes al control de canales de distribución preferentes son evidencias de no competencia efectiva en muchos mercados. No es tan fácil la competencia como decretar la apertura o la liberalización de un mercado para obtener los ampliamente descritos por algunos, beneficios de la libre competencia.

No se trata entonces de achacar falsos resultados a la competencia, ciertamente en todo aquello dónde la competencia funcione bien, deberá ser prudente mantener la libertad de comprar y vender a precios fijados por el mercado. Estos resultados teóricos y empíricos de los modelos competidos son ciertos e incuestionables. Lo que no es de recibo, es achacarles a los mercados imperfecto y no competidos, tales como los mercados de granos o los de telecomunicaciones, seguros y financieros, propiedades mágicas inexistentes en ellos. En algunos casos, pensamos en la competencia y en los mercados competitivos de los libros de texto como si fuera una biblia o un credo religioso. Nada más perverso y desubicado de la realidad, que como receta de política pública puede tener consecuencias nefastas sobre los consumidores y en general, sobre el bienestar económico.

Tampoco es de recibo quienes idolatran la regulación o las metodologías regulatorias a ciegas, sin comprender que el funcionamiento del Estado y de los entes regulatorios pueden tener fallas y falencias importantes. Muchas veces la regulación de precios está rezagada por falta de la información a tiempo, por decisiones políticas de corto plazo y por incompetencia regulatoria, captura o sencillamente, el control de los regulados de parte del proceso regulatorio. Lo peor que puede hacer un ente regulatorio es intentar poner precios políticos y apartarse de la debida técnica al regular. No en pocas ocasiones vemos en los discursos políticos mucha energía a la baja de precios regulados y oídos sordos, cuando los precios deben subir. Es común confundir la regulación de precios e intentar mantener precios bajos en bienes o servicios regulados a costa del deterioro de la industria o del productor, afectando así las decisiones estratégicas de inversión a largo plazo. Si un mercado está orientado por la regulación, debe de hacerse bien, siguiendo la metodología con propiedad y en tiempo y lugar. El ejercicio del regulador no siempre será bien comprendido, pero debe de ser consistente en el tiempo, o se perderá en definitiva lo más valioso del accionar del regulador, su credibilidad.

Costa Rica tiene grandes oportunidades de mejora en múltiples campos regulados y desregulados. Tenemos muchos mercados no competidos regulados y otros no regulados. Solo basta con observar lo que ha sucedido en el mercado de granos básicos. Mientras el arroz sigue un patrón de precios muy estable y a la baja, el azúcar y los frijoles, muestran evidencia de amplios márgenes de comercialización. El análisis de precios y de mercados debe dejar de lado la pasión y ser más con la razón. Es claro que podemos regular o desregular como medidas públicas, pero ni uno ni lo otro es bueno en sí mismo, debe de hacerse correctamente. En el balance entre regular o liberalizar debemos, dejar atrás la ideología o la religión, debemos ser prudentes con el consumidor y, sobre todo, debemos atender a la experiencia internacional sobre las fallas a corregir, tanto del mercado como del Estado, para evitar caer presa de unas u otras. Seguramente debemos llevar más y buenos economistas a los consejos regulatorios. Es claro entonces que la competencia, en definitiva, no funciona por decreto.

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