Reconciliándome con mi país
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 22 octubre, 2012


Reconciliándome con mi país
Llegué a Costa Rica a mis 12 años, me enamoré de ella, me la apropié, me nacionalizaron a los 16 y me sentí tica de corazón poco después. Viví los cambios de este, mi país, me manifesté en contra y a favor de muchas cosas que pasaron en estos 40 años y hoy, después de tanto tiempo, a veces desconozco lo que conocí recién llegada.
Sin embargo, a veces, me reconcilio con mi país. Este, el mío, no el del azar donde uno nace, si no el del escogido.
Por asuntos de trabajo realicé una gira a Guanacaste y me entrevisté con varios directores de escuelas de nueve cantones de esa provincia.
En oficinas a veces compartidas por muchos (Filadelfia); con grandes dificultades para hacer café: un percolador había perdido una de sus tres patas durante el terremoto y al Coffee Maker había que darle golpecitos para que soltara el agua (Nicoya); o con un gimnasio con serios daños (Carmona).
También conocí una escuela cuya arquitectura era idónea para el clima del lugar y para lograr una distribución ideal de la cantidad de alumnos por aula (Liberia): hace más de 40 años, un estudiante de licenciatura de arquitectura donó los planos.
O la institución educativa que logró durante el día cerrar la calle que une los dos edificios que la conforman para tener, no solo un área de recreo para los niños, si no un espacio seguro ante la amenaza sísmica (Santa Cruz).
Supe de los malabares económicos que un director hace para dar de comer a todos los pequeños, aunque solo cuente con ¢230 por cabeza para dos terceras partes de sus alumnos y deba cumplir con los requisitos nutricionales del Ministerio de Educación (Carmona).
En Hojancha, en la oficina, también compartida con otros funcionarios, estaba en medio de dos aulas de kínder. Cuatro pequeñitas llegaron orgullosas el 12 de octubre a mostrarle a la directora las carabelas e imágenes indígenas que habían realizado con materiales reciclables. Ella interrumpió nuestra reunión para tomarles fotos con un entusiasmo propio de una madre.
Y otra madre, directora de la escuela de Santa Cruz, nos contó que, luego del terremoto, entregó a todos los niños a sus respectivas familias antes de despedir a sus compañeros maestros y administrativos para cerrar la escuela e ir a encontrarse con su hijo. Difícil decisión.
No ha sido en vano advertir sobre las amenazas sismológicas. Los guanacastecos estaban preparados para reaccionar ante la amenaza y lo hicieron. Los simulacros que realizaban con cierta frecuencia les permitieron reaccionar asertivamente. Tenían identificados los espacios seguros para evitar accidentes. Sabían comportarse sicológicamente durante y después de un sismo.
Si bien es cierto que la poca población, las edificaciones no muy altas y la planicie de la geografía ayudaron a que no hubiera pérdidas humanas, hay que recalcar que la organización, la información y la conciencia fueron los elementos básicos que evitaron la catástrofe. Y los maestros, con su vocación, responsabilidad e información ayudaron a evitarla.
Me reconcilié con mi país. O con Guanacaste. Muy lejos del Valle Central donde vivo.
Claudia Barrionuevo
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