Pulso perverso
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 20 septiembre, 2012
De cal y de arena
Pulso perverso
El costarricense promedio es gavetero, calculador, gustoso de la cuerda floja. Le viene de haberse “enmontañado”, dijo Constantino Láscaris en “El Costarricense” donde trata de describirnos tal cual somos, “en carne viva”. Dice que nos encantan las soluciones “a la tica”, esto es, las que evitan que la sangre llegue al río, somos palanganas y refractarios a la franqueza, calculadores y que vivimos a remolque de los problemas colectivos.
Hoy numerosos ticos se disgustan por la franqueza con que el OVSICORI ha planteado el tema del terremoto de Nicoya, aunque haya acertado no en una predicción de fecha y lugar, sí de potencial sísmico acumulado con probabilidad de una ruptura causada por la subducción entre placas. Con respaldo en tecnología de alta generación el OVSICORI fue veraz en sus referencias a los grados de riesgo y de peligrosidad por la generación de eventos sísmicos importantes.
Las críticas les han llovido, sin embargo. Desde las tiendas de otros entes científicos que ven imprudente lanzar tan inquietantes predicciones y desde residentes de las zonas afectas que ven mucho alarmismo perjudicial a sus economías.
Probablemente un abordaje “la tica” del problema no hubiera levantado tanto revuelo, aunque sí habría dado lugar a un manejo desaprensivo de este delicado asunto con saldos que hoy lamentaríamos. Lo cierto es que el país se salvó de un desastre porque los habitantes de esa grande región fueron advertidos y se prepararon, porque hay un código que regula la construcción de viviendas y edificios y porque hubo buenas campañas de gestión de riesgo.
El tico promedio gusta del nadadito de perro. Hasta en los temas de su deporte favorito evade la verdad. Igual ante la cruda realidad que plantea el comportamiento de la naturaleza. Le gustaría ver a los científicos cayendo en la trampa de los manejos descafeinados de los riesgos de la naturaleza.
Afortunadamente no ha sido ese el caso de la inminencia de una generación de eventos sísmicos importantes allá por Nicoya, que se manejó con franqueza y sin flojeras. Los habitantes lo tomaron en serio, aunque a veces a disgusto. En cambio, en las zonas de afectación del volcán Turrialba ya nadie habla de riesgos ni peligros ni quiere que se le “importune” su actividad agropecuaria. Solo se le pone atención a la presencia de aguaceros y al rumbo de los vientos por aquello de la lluvia ácida. Ni siquiera de algo tan importante —la inexistente transitabilidad de los caminos— se ocupan los municipios y el Ministerio de Obras Públicas.
La semilla de la prevención y la reacción organizada sembrada por la Comisión Nacional de Emergencias en sus visitas, en pocos predios ha germinado; el grueso de la gente no recuerda cómo reaccionar ni para dónde ir. La respuesta al manejo preventivo en Nicoya y en el Turrialba se nota diferente, lo digo como ciudadano con intereses en una zona y en otra. Entre el palanganeo alcahueteador y la franqueza hiriente e incómoda, me quedo con esta.
Alvaro Madrigal
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