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POR UNA CAMPAÑA ELECTORAL CÍVICA

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 27 diciembre, 2013


Llenar con basura propagandística la mente de los ciudadanos, o infundirles falsos temores, no es sino una manera burda de esconder su propia incapacidad


POR UNA CAMPAÑA ELECTORAL CÍVICA

La política es un medio para conseguir el poder; el otro medio sería la fuerza bruta de las armas. Ante esta disyuntiva, debemos ver la opción política como la vía más civilizada ideada por el ser humano para ejercitar y humanizar el peligroso juego del poder. Es en el quehacer político donde se forjan los ideales y los sueños de una nación, se confrontan las ideas y los intereses de los diversos y adversos grupos que configuran el cuerpo social, donde deben campear la persuasión y la retórica que convenzan a los ciudadanos, de modo que la palabra y el argumento reemplacen a las armas de la guerra o de la amenaza económica o social. Lograr lo anterior en una campaña electoral es convertirla en una “escuela de civismo”, como decía Don Pepe, o convertir la “democracia en una cultura” como insistía Rodrigo Carazo, es decir, un hábito, una segunda naturaleza, una sensibilidad y una mentalidad colectivas.
Atentan contra esta concepción de democracia en una campaña electoral dos factores tergiversantes: la manipulación de los poderes fácticos y el libertinaje mediático de mentalidades retrógradas. Los poderes fácticos se vuelven antidemocráticos cuando se convierten en instrumentos al servicio de intereses socioeconómicos y de las ideologías que los legitiman. Para ello apelan a una violencia, a veces directa y brutal, a veces solapada y sutil, tales como la amenaza de despidos masivos, tanto en el gobierno como en la empresa privada, contra aquellos trabajadores que se sospecha se niegan a seguir la línea impuesta por los jefes, como se dio durante la campaña del referéndum en torno a la aceptación y o rechazo del TLC con Estados Unidos. Quienes así actúan no creen en la democracia como valor real sino tan solo como hipócrita mascarada para camuflar sus intereses no siempre legales ni menos morales. Tampoco se construye una cultura democrática tergiversando o caricaturizando las propuestas programáticas de los adversarios ideológicos, y recurriendo para ello a la manipulación mediática.
Detrás de tales campañas se oculta un miedo cerval y una supina carencia de argumentos, por no aludir a una incapacidad patológica de escuchar a quienes no piensan igual. Llenar con basura propagandística la mente de los ciudadanos, o infundirles falsos temores, no es sino una manera burda de esconder su propia incapacidad de ponderar con racionalidad y cordura a quienes presentan a los ciudadanos otras opciones frente a los graves desafíos que enfrenta nuestra sociedad y cuya responsabilidad recae sobre los hombros de quienes han ostentado un poder casi omnímodo desde hace décadas. Así como hay psicopatologías individuales las hay colectivas. La paranoia es una de ellas. Ver “comunismo” en toda propuesta crítica al “capitalismo salvaje” condenado por el Papa Francisco, es exhibir sin pudor, no solo un miope anacronismo, pues la Guerra Fría hace ya más de dos décadas terminó, sino también un nivel de estulticia rayano en la insania. Cuando Monseñor Sanabria era tildado de “comunista” por defender, al lado de Manuel Mora y Calderón Guardia, las garantías sociales, decía que tales afirmaciones eran “una deposición (en el sentido, tanto jurídico como fisiológico de la palabra) de ignorancia”. ¿Qué falacias van a inventar esos cavernarios ahora que una alianza de socialistas, comunistas y demócratas cristianos ha arrasado a los neoliberales con la Dra. Bachelet al frente? ¿Se acabó la democracia en Chile porque los comunistas entran al poder? ¿A quiénes pretenden persuadir con esos argumentos, que lo único que muestran es un nivel de estulticia que al menos por respeto a sí mismos, ya que nunca lo han tenido por el pueblo, debieran disimular? Hagamos una campaña de altura. Nuestra cultura democrática y los millones de millones que se gastan en ella así lo reclaman.

Arnoldo Mora

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