De cal y de arena
Por la senda del PRI
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 09 diciembre, 2010
Aquellos vientos trajeron estas tempestades. Todo apuntaba a que la consulta popular del pasado domingo para la elección de alcaldes e intendentes terminaría en un sonoro e inevitable fracaso, como en efecto lo fue. Partidos políticos sumidos en una profunda crisis, destacadas figuras de la política cuestionadas en estrados judiciales, la postulación de un número alarmantemente grande de candidatos indiciados por la Contraloría General de la República o sometidos a procesos administrativos o judiciales, la acumulación de demandas insatisfechas en punto a probidad, infraestructura y seguridad, la confusión del interés público con el interés privado que ha derivado en tantos y tantos escándalos donde el alcalde es protagonista de primera línea, la percepción de que estos procesos son estériles…
En este contexto, ¿cómo esperar una alta cota de participación ciudadana? Ese 72% de abstencionismo es la más elocuente manifestación del descreimiento de los ciudadanos en los partidos políticos y en el pregón de sus candidatos, cosa que no tendría las características de gravedad si no fuera porque incuba un peligroso elemento de corrosión de la democracia. ¿Qué calidad de democracia está forjándose en Costa Rica donde apenas una cuarta parte de los ciudadanos decide quiénes serán las autoridades en los entes regionales directamente involucrados en la gestión de la marcha de un cantón?
En la elección del alcalde en Desamparados, uno de los cantones más populosos del país y con tonalidades muy marcadas urbanas y rurales, ¿qué significa para la calidad de la democracia que haya registrado el mayor porcentaje de abstencionismo —84,6%— y que su máxima autoridad tenga el respaldo de un escuálido 10% del padrón, una vez segregados los votos para los demás candidatos?
Aquí lo que está imponiéndose son las minorías mínimas por el desdén de las mayorías que en cantidad abrumadora dan la espalda a estas consultas. De nada sirve el insistente llamado del Tribunal Supremo de Elecciones que no ha dado muestras de entender que el tumor del distanciamiento ciudadano tiene sus raíces en los partidos políticos transformados en meras maquinarias electorales y en el hastío que traen los altos índices de corrupción en la función pública.
Algún partido tenía que imponerse. Y el pasado domingo, lo fue Liberación Nacional. Su triunfo, sin embargo, fue una victoria pírrica lograda en medio de una frustrante y penosa incapacidad de las otras agrupaciones para construir convincentes y seductoras plataformas, mejores que las del PLN. De esa inepcia —claro está— no es culpable el otrora glorioso movimiento de indiscutible vocación social demócrata que creara una pléyade de intelectuales y políticos brillantes que supieron interpretar las demandas populares y dotar al Estado de las formas y competencias idóneas para ubicar a Costa Rica en la avanzada de las democracias del Continente. Pero el otro Partido Liberación Nacional, el de hoy, que es cosa distinta, sí es culpable de la profunda deformación que experimenta desde que se convirtió en una maquinaria electoral para forjar, poco a poco, algo muy parecido al PRI de México, muy a la medida, por cierto, de una “dictadura en democracia”. Y esto es grave para la democracia. Cuidado si estas victorias pírricas no terminan siendo confites en los infiernos.
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