Pobreza tal vez, hambre jamás
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 05 mayo, 2008
Claudia Barrionuevo
Dije “no”. Escribí “no”. Voté “no”. Cuando el “sí” se impuso a pesar del 48% —a diferencia de otros— me resigné. Tal vez el Tratado de Libre Comercio no era tan malo como parecía. Después de todo nuestro Presidente había asegurado que luego de aprobado el TLC se crearían miles de empleos, habría un incremento en las exportaciones y llegaría una gran cantidad de inversión extranjera.
De hecho todavía no sabemos si los vaticinios presidenciales se cumplirán pues el TLC no ha entrado en vigencia aún. Ni siquiera han sido aprobadas todas las leyes de implementación. ¿Será por eso que todavía no vemos la luz? Habrá que esperar.
El año pasado se sentía una fuerte recesión económica. Era fácil pensar que los inversionistas estaban a la espera del resultado del referéndum. Han pasado casi siete meses desde el 7 de octubre de 2007 y la economía nacional no parece mejorar.
Por otra parte en Guanacaste, donde la inversión económica extranjera no ha dejado de fluir, la pobreza no ha mermado. Al parecer, inversión no es igual a buen reparto de los beneficios económicos.
Sin embargo las cifras de la disminución de la pobreza de los últimos dos años favorecen al Gobierno y —sin son reales— al país.
Ahora don Oscar Arias nos advierte, desde su discurso anual ante la Asamblea Legislativa, que vienen dos años de vacas flacas. Si se siente en la obligación de decirlo es porque, más que flacas, serán escuálidas nuestras vaquitas. Habrá que comerse las que adornan San José.
Nuestro Presidente está preocupado —y con toda razón— de que el pequeño triunfo contra la pobreza obtenido hasta ahora no solo va a desaparecer sino que se revertirá.
Es cierto que el aumento en el precio del petróleo y la crisis mundial de los alimentos nos afectan. Pero estos factores se vislumbraban en el horizonte desde hacía mucho tiempo. ¿No deberíamos haber tomado las previsiones necesarias para enfrentar la crisis?
La pobreza es un tema que debería preocuparnos, independientemente de nuestra propia situación económica. Algunos pretenden cerrar los ojos ante la miseria, convencidos de que no es con ellos. Se equivocan: nos afecta a todos.
Ahora bien: una cosa es ser pobre y otra muy diferente —y sumamente grave— es tener hambre. Más de 30 compatriotas han muerto de inanición en los últimos años. Eso es imperdonable.
En la riquísima Argentina la cifra de desnutridos es altísima y la cantidad de muertos, alarmante. Quien haya tenido la suerte de conocer la inmensa pampa argentina tendrá la certeza de que quienes mueren de hambre no lo hacen por falta de comida sino por su mala repartición. Responsabilidad de todos.
En Río de Janeiro existía una organización que recorría los restaurantes recogiendo las sobras que los clientes dejaban para repartirlas entre los habitantes de las favelas. Las imágenes que vienen a la mente resultan terribles: elegantes comensales que saben que si no terminan su plato los restos no serán desperdiciados; miserables que comen sobras de alta cocina. Impresiona, pero tal vez era una solución inmediata.
Además de la inseguridad, el Gobierno se enfrentará durante los próximos dos años al “demonio del hambre”. Si no lo hiciera, Dios y la Patria se lo demandarán.
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