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Personas y personajes

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 16 enero, 2012



Personas y personajes


Cuando uno se dedica al oficio de escribir ficción (la que sea: cuentos, novelas, guiones de cine, televisión o radio o dramaturgia) se enfrenta a la difícil tarea de construir personajes. No es sencillo. Más allá de lo simple de escoger el género o el nombre, incluso los grandes rasgos de la personalidad, hay que completar la construcción de ese ser con su historia personal desde las nimiedades, sus manías, su forma de hablar, sus contradicciones, sus afectos, sus virtudes y defectos.
Eso, la construcción de un personaje, es lo que nos toma más tiempo a quienes nos dedicamos a la escritura. Una buena historia no es nada si no está sustentada con héroes complejos y apasionantes.
Debo reconocer que a lo largo de mis diez textos teatrales son pocos, por no decir ninguno, los personajes que tienen defectos que yo no soporte. Sí, un poco egoístas, más de uno cínico, no faltan los descontrolados emocionalmente o los viciosos. Pero alguno que sea “malo” desde mi perspectiva… no. Una estafadora, un traidor, alguien maquiavélico o insensible no existe en mis obras.
Aunque en la vida muchas personas me desagradan, me niego a “parir” personajes que me causen un rechazo fuerte. Quiero quererlos. Como a mis hijas. Después de todo, también son creaciones que parten de mí, y no soporto odiarlos.
En la vida real, y a esta altura de mi vida, he conocido personas y personajes. ¿Cómo los diferencio? Personas son muchas, la mayoría. ¿Personajes? Pocos pero inolvidables… o insoportables. Son aquellas personas que se autoconstruyen como si fueran creadores del héroe que representan.
Existen dos tipos de personajes: los que tienen talento, creatividad, malicia, excentricidad y/o encanto y además proyectan o inventan parte de esa proyección y los que no son demasiado interesantes interiormente pero tienen la capacidad de autoconstruirse.
Los primeros brillan por su personalidad, por lo que dicen y cómo lo dicen. Suelen ser el centro de cualquier reunión, atropellan a cualquiera, imponen sus opiniones, parecen tener una seguridad increíble en sí mismos y provocan rechazo o admiración, dependiendo del que los perciba.
Los segundos, carentes de características excepcionales se ven obligados a inventarse con elementos externos y logran llamar la atención con su aspecto externo: su forma de expresarse, de vestirse o de actuar (literalmente).
Si bien la mayoría de mis afectos son lo que yo defino como personas, los personajes de cualquier tipo me atraen como si fuera una abeja ante la flor más dulce. En parte por deformación profesional, en parte por ser la hija de un personaje.
Leopoldo Barrionuevo era un auténtico personaje del primer tipo. Todos queremos tener un padre y una madre lúcidos y “normales”; los personajes son agotadores e inevitablemente egoístas. Pero nadie elige a sus progenitores ni a sus hijos. Hay que aceptar el destino y sacar el mayor provecho afectivo de cada uno de ellos. Aunque duela.

Claudia Barrionuevo
[email protected]

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