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Pelota de trapo

Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 03 julio, 2010



ELOGIOS
Pelota de trapo

Amigos como Ronald Rivera y Alvar Antillón quieren que les cuente cuál es el secreto de la pelota de trapo, misterio que comparto con Víctor Flury y otros amigos de mis tiempos, todos los cuales leíamos “El Gráfico”. En medio del Mundial se la cuento porque es vivida y la supongo inédita: la historia mía de Pelota de Trapo que transcurre en el Bajo Flores, con calles sin asfaltar, la Quema, el Cementerio, el Hospital y el relleno de basuras donde hoy está el estadio de San Lorenzo (antes no, estaba en Almagro y se lo vendieron a Carrefour en una quiebra), porque mi barrio quedaba entre las canchas de Argentinos Juniors y Ferro Carril Oeste).
Cuando empecé a corretear el barrio yo tenía cinco o seis años (1937, 1938) y estábamos internacionalmente politizados: En España se caía la República, Hitler engañaba a Chamberlain y Mussolini nos enfrentaba a los gallegos con los tanos en el cine cuando pasaban los noticieros, pero todo no pasaba de unas pocas trompadas.
A poco del inicio de la guerra 39/45 nos llovieron las prohibiciones pese a que éramos un proveedor insigne de carnes y agro y junto con el kerosene (¡qué frío pasábamos en invierno!) nos llegó la escasez del caucho y desparecieron las pelotas de goma de 0,20 y 0,40 (según tamaño) y debimos recurrir a la pelota de trapo que las substituía y en cuyo centro iba una amalgama de mecate, rodeada de papel de diario y trapo viejo sostenido por una media rota.
Pero no picaba, así le decíamos a la carencia de elasticidad, pero al menos “la cana” ya no nos la podía arrebatar como la de goma cuando vigilaban con los Ford 36, cuadrados como ellos, mientras huíamos y les gritábamos: “Vayan a vigilar a los chorros (ladrones) en vez de meterse con el fóbal” y a veces nos chapaban y nos llevaban a la 38 (la comisaría del barrio) de donde nos rescataba la vieja (mejor no se enterara el viejo correa en mano quien venía de laburar) y era paliza, penitencia en el rincón del cuarto sin poder moverte y minga de cena, amén de las burlas de tus hermanos.
Igualito que en estos tiempos de derechos humanos (¿sabés cómo te daban los maestros con la regla de punta en medio de los dedos juntos si no sabías bien la lección?).
Con la pelota de trapo aprendimos a jugar al fútbol en las mejengas de potrero, la pisábamos, la amasábamos, la escondíamos, gambeteábamos y ella siempre seguía el camino que le marcaba la alpargata deshilachada, hacía caños y volvía siempre al pie, pero no picaba...
Ir a la cancha era el sueño del domingo, a veces sin comer para ocupar tablones, de todos modos había choripán, pizza o el sanguiche de milanesa que la vieja freía con amor y Savora (todavía existe esa marca de mostaza) y nos comíamos la tercera, la reserva hasta que los ídolos de la primera salían por la puertita del túnel; Erico, Moreno, Pedernera, Salomón, Labruna, Lazzatti, el chueco García, la bordadora Zito, Lángara, Zubieta, el loco Loustau, De la Mata, Sastre, Tucho Méndez, Rodolfi, Martino, Pontoni, Baldonedo, Masantonio... Nunca supe lo que hicimos para merecer tanta felicidad, porque después vendría la vida. Eran los tiempos de “Alumni con la clave, Alumni”
Pero entonces, en medio de la Bidú, Chuenga, los helados Laponia, las galletas Tita y las Rodhesia, más los submarinos de La Martona, transcurrió esa infancia que si fue de privaciones también la equilibró la alegría de ver a esos monstruos de los domingos que trataban a la número 5 como a la de trapo, sin hacerla picar y así los más enanos del barrio no jugaba al ollazo, sino a acariciarla, llevarla a ras del zacate y hacerle morder el polvo de la humillación a los grandotes peludos del barrio que pasaban de un metro ochenta y nunca supieron lo que era el encanto de llevarla y traerla, con goles o sin ellos tanto es así que si se les hubiera ocurrido decirte que no importaba jugar mal mientras obtuvieras resultados, los hubieras mirado con profunda tristeza como si les dijeras: Boludo, vos no sabés lo que te está perdiendo...
Esa es la historia, tal vez quede claro la herencia que recibieron ídolos como Messi, Tévez, Kun Agüero, Buonanotte y el resto de enanos que embellecen al fútbol: llevarla como acariciándola...

Leopoldo Barrionuevo
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