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COLUMNISTAS


Paz en la Tierra

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 21 agosto, 2023


El 11 de abril recién pasado se cumplió 60 años desde la publicación de la Encíclica Pacem in Terris del Papa San Juan XXIII.

Recordamos este importante llamado del Papa Bueno a construir la paz en medio de los horrores que viven la población de Ucrania y las fuerzas invasoras enviadas por Putin, en una cruel guerra en la cual se estima en cerca de medio millón el número de muertos y heridos en batallas. Tristemente otros pueblos también sufren por las prolongadas guerras en Yemen y en África.

Ello hace aún más oportuno reflexionar sobre esta encíclica cuyo mensaje reviste hoy tanta importancia como lo tenía hace seis décadas. Entonces se publicó después de la Crisis de los Misiles en Cuba de octubre de 1962, que llevó el enfrentamiento entre la Unión Soviética y los Estados Unidos al punto más cercano durante la Guerra Fría a un enfrentamiento militar directo, con enorme riesgo de una confrontación nuclear.

La encíclica tiene un subtítulo: “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse

en la verdad, la justicia, el amor y la libertad” (resaltado no es del original) y el Papa la desarrolla alrededor de las relaciones de la paz con esos cuatro valores.

Pero antes y como introducción a un breve repaso de los principales derechos y deberes de las personas que son propios de su dignidad, contundentemente San Juan XXIII inicia su última encíclica señalando que esos derechos y deberes son parte del orden establecido por Dios, el cual si no se respeta impide que se dé la paz a la que siempre ha aspirado la humanidad. Esta reflexión la ha repetido el Papa Francisco clamando por la paz durante los crueles años de la invasión de Putin a Ucrania.

Los estados deben verse limitados por la obligación de respetar la dignidad y la libertad de todas las personas que surgen de la condición dada por Dios a cada uno de nosotros. Con claridad el Papa San Juan XXIII en esta encíclica esboza los elementos centrales de la democracia liberal que para lograr esos objetivos y promover el bien común han dado origen a las instituciones básicas del estado de derecho.

También señaló hace 60 años el Papa “que las naciones son sujetos de derechos y deberes mutuos y, por consiguiente, sus relaciones deben regularse por las normas de la verdad, la justicia, la activa solidaridad y la libertad. Porque la misma ley natural que rige las relaciones de convivencia entre los ciudadanos debe regular también las relaciones mutuas entre las comunidades políticas”.

Para construir la paz el derecho natural obliga a las naciones a actuar conforme a la verdad, y “la verdad exige que en … [en las relaciones internacionales] se evite toda discriminación racial y que, por consiguiente, se reconozca como principio sagrado e inmutable que todas las comunidades políticas son iguales en dignidad natural. De donde se sigue que cada una de ellas tiene derecho a la existencia, al propio desarrollo, a los medios necesarios para este desarrollo y a ser, finalmente, la primera responsable en procurar y alcanzar todo lo anterior”.

¡Cuántas de las crueles e injustas guerras que hoy tantos años después ensangrientan nuestra Tierra se hubieran evitado si las naciones cumplieran con la verdad en sus relaciones internacionales!

Con relación a la justicia la obligación de las naciones cuyo cumplimiento nos permitiría la paz es reconocer los derechos mutuos y cumplir los respectivos deberes. “Así como en las relaciones privadas los hombres no pueden buscar sus propios intereses con daño injusto de los ajenos, de la misma manera, las comunidades políticas no pueden, sin incurrir en delito, procurarse un aumento de riquezas que constituya injuria u opresión injusta de las demás naciones. Oportuna es a este respecto la sentencia de San Agustín: Si se abandona la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes latrocinios?”

Nos dice Pacem in Terris que también la paz demanda amor, es decir solidaridad activa, entre las naciones. “…las comunidades políticas, al procurar sus propios intereses, no solamente no deben perjudicar a las demás, sino que también todas ellas han de unir sus propósitos y esfuerzos, siempre que la acción aislada de alguna no baste para conseguir los fines apetecidos”.

Finalmente, las relaciones internacionales también deben normarse por el principio de libertad: “…ninguna nación tiene derecho a oprimir injustamente a otras o a interponerse de forma indebida en sus asuntos”. El Papa San Juan XXIII nos recuerda la afirmación del Papa Pio XII en su radiomensaje navideño de 1941 en plena II Guerra Mundial: “Un nuevo orden, fundado sobre los principios morales, prohíbe absolutamente la lesión de la libertad, de la integridad y de la seguridad de otras naciones, cualesquiera que sean su extensión territorial y su capacidad defensiva.”

¡Cuánta paz y felicidad habría en el mundo si las personas y en especial los gobernantes de las naciones poderosas invocaran a Dios en los términos del salmo 118:125: “Siervo tuyo soy; dame entendimiento para conocer tus mandamientos”!

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