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Octubre en Costa Rica

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 27 octubre, 2014


Deberíamos considerar nuestros privilegios. A los depresivos nos cuesta. Pero no es imposible


Octubre en Costa Rica

El clima afecta. Que nadie me lo niegue. Hasta los que no “creen” en el cambio climático (no termino de entender por qué) deben aceptar que existen circunstancias objetivas diarias (temperatura, presión atmosférica, humedad, sensación térmica, lluvia, vientos, etc.) que afectan nuestra cotidianidad física, emocional y económica.
¡Odio el mes de octubre en mi país! Lo aborrezco, le tengo tirria, ojeriza, ¡me cae mal! Literalmente: enferma mi cuerpo, ataca mi estado de ánimo y arremete contra mi billetera.
Empiezo: por el famoso “cordonazo de San Francisco”. No, no soy creyente y sin embargo, cerca del 4 de octubre, día de San Francisco de Asís en el santoral católico, siempre se viene un temporal de la gran… perdón, del gran Pater Noster.
No es que me moleste la lluvia, si así fuera ya habría huido de Costa Rica. Me gustan las primeras lluvias de abril o mayo. Soporto varios meses de nuestro “invierno”. Cuando llega octubre…
No puedo respirar. Me despierto estornudando. Me ahogo. Me levanto pesada y con sueño. Cuando salgo de la ducha el paño, que tiene 24 horas de estar aireándose en el baño, sigue húmedo. Descubro en mi clóset que las prendas negras tienen manchas blancas, que algunos vestidos huelen feo, que los tacones de mis zapatos están llenos de barro. No sé cómo vestirme: tengo calor pero va a llover.
Algunas paredes de mi casa están manchadas. Hay goteras. El agua se mete en los clósets de mis hijas dañándolo todo. La ropa que lavo no se seca. El candado del portón está oxidado, una parte de la puerta principal se pudre y por más que le ponga aceite al llavín que da a la calle, cuesta mucho abrirlo.
Los ácaros avanzan peligrosamente sobre mi única alfombra, todos los sillones, las almohadas y edredones. Hasta mi pobre gata Sombra estornuda sin parar y debo inyectarla de vez en cuando con antihistamínicos.
Los pisos de mi casa siempre están sucios de barro y la mugre acrecienta cierta depre permanente que, al ser inherente a mi personalidad, mi amiga Ivonne espera que la ignore. ¡No puedo! Octubre me deprime más de lo normal, de lo socialmente aceptable, de lo lógico.
Los días que no tengo que trabajar en la mañana, haciendo un gran esfuerzo me levanto, sobre todo si están mis hijas en la casa. Mi rutina diaria matutina es desayunar en la cocina leyendo el periódico y… ¡ahí me pongo peor! Ya casi me acostumbré a los asesinatos diarios del narcotráfico, a un nuevo sicópata, a los accidentes en las carreteras, a los nuevos descubrimientos de corrupción estatal (permanentes); pero la realidad climática nacional me atormenta: inundaciones en barrios, poblados, distritos; gente que pierde sus casas, sus enseres, sus objetos más queridos.
Y uno se siente tan frívolo cuando sufre por la alergia y el costo de las medicinas que alivian (no curan) esas molestias; por la humedad en la ropa, las paredes y los clósets; por la depre que acarrea el sol que no calienta, seca o alumbra; por… ¡No!
Tenemos que ser conscientes que “mal de todos, consuelo de tontos” pero también deberíamos considerar nuestros privilegios. A los depresivos nos cuesta. Pero no es imposible.

Claudia Barrionuevo
[email protected]

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