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Obama y su política exterior

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 26 junio, 2009



Obama y su política exterior


Aunque parezca paradójico, la mayor innovación que noto en la política exterior de Obama es que, por primera vez en décadas, Washington tiene una política EXTERIOR. Dentro de una mentalidad imperial, tener una política EXTERIOR constituye una contradictio in terminis, dado que, por definición, para un gobierno de esta índole, no hay EXTERIOR. Todo lo asume como un asunto interno, sometiendo a sus intereses particulares la suerte de la humanidad en general y de cada nación en particular. Ya lo dijo hace medio siglo Dulles: “Los Estados Unidos no tienen amigos, solo tienen intereses”.
Esta concepción de las relaciones internacionales fue particularmente evidente durante el (des)gobierno de G. W. Bush. Ahora Obama reconoce que la pretensión de arrogarse atributos de imperio planetario no pasó de ser un sueño imposible, que se convirtió en pesadilla infernal incluso para su propio país. La crisis económica, social y política sin precedentes que hoy sufre en carne propia su pueblo ha sido, en buena medida, causada por esa infame concepción ideológica. La aceptación de que los Estados Unidos tienen que regirse por una auténtica política exterior comienza por el reconocimiento de las otras naciones como sujetos de derechos y deberes. Lo cual implica que las grandes potencias y, en especial, los propios Estados Unidos tienen deberes hacia ese mundo exterior, deberes que están contemplados en el derecho internacional.
Como esta no ha sido la tónica del Departamento de Estado en el pasado, Obama ha insistido en que ahora está dispuesto a dar un cambio, por lo que no se le pueden cobrar los errores cometidos por otros. Sus palabras se dirigen, en particular, a regiones donde su país ha tenido tradicionalmente graves conflictos, como son los países islámicos y los latinoamericanos. Aunque el sentido común nos enseña que tal propuesta es irrealizable, porque la memoria histórica es parte constitutiva de la identidad de los pueblos, sin embargo, hay que dar mérito al hecho de que, por primera vez y, en forma explícita, un gobernante de la Casa Blanca reconoce los sangrientos errores cometidos por sus antecesores y que él promete no repetir. Otra cosa es si podrá cumplir esos buenos aunque limitados propósitos. En política, por encima de las intenciones individuales de los dirigentes de turno, se imponen las realidades estructurales dentro de las cuales se hallan insertos y a las cuales deben mucho de su poder.
Esta nueva actitud de Obama hizo que, por fin, un gobierno norteamericano reconociera la existencia de un bloque latinoamericano como tal en las recientes cumbres de Trinidad y Tobago y San Pedro Sula. Pero lo dicho no quita que la realidad latinoamericana, dado su carácter complejo, también haga que Washington tenga una política específica para cada país, especialmente para con aquellos con los que tiene asuntos muy concretos (como México y sus miles de kilómetros de frontera común). Pero la pregunta clave es si Obama está dispuesto a aplicar esa nueva política con gobiernos con quienes su antecesor tuvo graves conflictos, como Venezuela, Nicaragua y, sobre todo, Cuba. Todo parece indicar que nada o muy poco va a cambiar en un futuro próximo, a no ser que el bloque latinoamericano muestre una posición firme y consecuente.

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