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Obama y su destino

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 24 abril, 2009



Obama y su destino



A juzgar por lo que escribe la gran mayoría de quienes cultivan el periodismo de opinión en nuestro medio y en todo el Continente, el tema obligado de estos días es lo acaecido en la Cumbre de Trinidad y Tobago. Las razones para ello son múltiples, pero pueden reducirse a una sola que tiene nombre y apellido: se llama Barack Obama, no tanto por ser el primer afronorteamericano que llega a la Casa Blanca, sino por el mensaje que ha venido dando desde que era candidato.
Se ha dicho que el político, al igual que el creador en el arte, es su estilo. Porque la política es, ante todo, comunicación. Allí las palabras se convierten por sí mismas en realidades si quien las pronuncia tiene lo que es esencial en la política: el poder.
Obama es hoy el más calificado representante de la mayor potencia del mundo. El mensaje con el que convenció a su pueblo y que ahora quiere transmitir al mundo entero se reduce a una sola palabra: CAMBIO. Su único propósito en política internacional es superar el foso que le dejó su decadente predecesor: el total aislamiento y desprestigio de su país. Porque, no lo olvidemos, Obama es, ante todo y sobre todo, un nacionalista. La tarea que se ha impuesto consiste en devolver a Estados Unidos el liderazgo en todos los terrenos.
Para ello debe comenzar por poner orden en su propia casa. Porque, para el norteamericano medio el mundo comienza en Nueva York y termina en Los Angeles; todo lo demás solo interesa en la medida en que afecta a sus intereses. Pero como ahora los intereses norteamericanos están de capa caída, el nuevo presidente intenta usar su liderazgo para convencer a sus conciudadanos de que el mundo es algo más que el panorama que alcanzan a ver desde lo alto de la Estatua de la Libertad y que al sur del Río Bravo existen naciones soberanas que se niegan a ser el simple traspatio de su home, sweet home.
Eso que para muchos de nosotros es una evidencia desde 1856, comienza a ser una verdad en los pasillos de la Casa Blanca. Pero el reto serio para Obama no está en La Habana ni en Caracas, sino mucho más cerca: en el Capitolio. Ya los republicanos han comenzado a criticarlo porque le dio la mano a Chávez, como si las manos de los secuaces de Bush no estuvieran manchadas con la sangre del genocidio en Irak. Es frente a esa gente que el Presidente debe librar su más dura batalla, es allí donde Obama ganará o perderá, no solo la pelea por su política exterior, sino por todas sus propuestas, sobre todo en el campo económico y social.
Ni lerdo ni perezoso, Obama se ha dado cuenta muy pronto de cuáles son sus verdaderos enemigos. Por eso ha reaccionado de inmediato atacando en el campo que más hiere a sus adversarios políticos que, me sospecho, muy pronto se convertirán en sus enemigos personales. Obama acaba de insinuarle (¿una orden presidencial?) al Ministro de Justicia que inicie una investigación, que podría culminar en los tribunales, en torno a quienes ordenaron y ejecutaron torturas a prisioneros durante el gobierno anterior. El Presidente está dispuesto a luchar por sus convicciones. ¿Cuál será su destino: el de sus admirados Abraham Lincoln, John Kennedy y Martin Luther King? ¿Los Idus de Marzo?

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