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Nuestro lenguaje

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 08 septiembre, 2008


Nuestro lenguaje

Claudia Barrionuevo

Todos los teatreros criticamos en exceso a los teatros populares —llamados también de Cuesta de Moras o comerciales—. Poco ha sido el análisis sobre el éxito de este fenómeno. Sin lugar a dudas, más allá del divertimento y la risa fácil que proveen al público estas producciones, la asistencia masiva a dichos espectáculos reside en la posibilidad de identificación con las situaciones y el lenguaje nacional cotidiano. Ningún misterio. Desde tiempos inmemoriales el éxito del teatro ha dependido de que el espectador vea su realidad reflejada en la escena. Shakespeare y Molière exponían los sentimientos humanos más primarios. A veces en personajes populares, otras —las más en el gran vate inglés— en figuras del poder.
En Costa Rica, el poeta y cuentista Aquileo Echeverría alcanzó su éxito —y/o identificación con el público— gracias al manejo del lenguaje popular de su época.
Este “secreto” —el de hablar en un lenguaje que el público reconozca— permite siempre la identificación de la audiencia con el producto artístico.
En Costa Rica los productos artísticos son múltiples. El tiempo libre no alcanza para asistir a todas las exposiciones de artes plásticas, a la gran cantidad de conciertos de música popular o clásica, a la diversidad de espectáculos de danza o a la multiplicidad de obras teatrales.
El caso del cine es distinto. Han sido pocas las películas nacionales proyectadas en salas comerciales durante los últimos diez años. Sin embargo —a diferencia de los eventos de música, danza o teatro— ir al cine es mucho más fácil: los horarios y los espacios de exhibición son múltiples. Por lo menos la primera semana.
Y tal vez no todos vamos a ver danza o teatro o seamos amantes de la música en vivo, pero todos vamos al cine ¿O no?
Si es tan fácil ir al cine, ¿cómo no apoyar la producción cinematográfica nacional?
Yo he hecho la tarea: he visto todos los largometrajes costarricenses.
Así como he llevado a mis hijas a exposiciones, óperas, conciertos y espectáculos de danza y teatro nacionales e internacionales, me he preocupado de que asistan al cine cuando se proyecta una película producida por nuestros coterráneos.
La última experiencia en este aspecto fue sumamente enriquecedora. Fui con Manuela y Valeria a ver “Cielo rojo”.
Primer descubrimiento: luego de una larga fila común en la taquilla de las salas del San Pedro, les aseguré a mis pequeñas que la sala estaría vacía, considerando que se trataba de una película nacional. Me equivoqué. Cuando —minutos antes de la proyección— llegamos con nuestras palomitas, refrescos y chocolates, nos asombramos por la gran cantidad de público asistente.
Segundo descubrimiento: mi hija mayor, quinceañera, supuso que la peli sería aburrida. Al terminar la proyección —luego de reírse todo el tiempo— salió muy satisfecha al haberse visto reflejada en las circunstancias y el lenguaje del relato.
Voy a dejar de lado cualquier crítica que podría exponer como fanática del sétimo arte: el hecho de que una película permita la identificación del ser nacional (de alguno, el que sea: los adolescentes en el caso de “El cielo rojo”) valida la propuesta artística planteada.

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