Nuestra América comienza en México
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 06 julio, 2018
Nuestra América comienza en México
La modernidad, entendiendo por tal el fin de la Edad Media y el inicio de la hegemonía mundial del Occidente cristiano, comenzó en México con la conquista en 1521 de Tenochtitlan, la más poblada y bella ciudad del mundo de la época, batalla épica y magistralmente narrada por el escritor costarricense José León Sánchez. Esta histórica batalla fue ganada por el conquistador español Hernán Cortés a los aztecas, el pueblo originario de lo que hoy es México. Los aztecas habían creado el más poderoso, militarmente considerado, imperio entre las culturas del continente americano. Producto de esta conquista militar, toneladas de metales preciosos, a las que se alude cuando se habla “del oro de América”, terminaron en manos de los banqueros de Europa; lo cual dio origen a lo que Marx llamó “la acumulación primitiva de capital”. En base a ello, la Cristiandad Occidental pudo crear, por primera vez en la historia de la humanidad, un imperio realmente planetario; hasta el punto de que el Emperador Carlos V podía vanagloriarse diciendo que “en sus dominios no se ponía el sol”…¡Y no exageraba! Durante la era colonial, que duró tres siglos y medio, México formó parte del Imperio español y a su estructura de poder se le denominó el Virreinato de la Nueva España, a la cual pertenecían también lo que hoy son las repúblicas de Centro América. En 1810, como repercusión local de las convulsiones que sacudieron el mundo y dieron origen a la Edad Contemporánea, como fueron la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, se inició el proceso de independencia del Virreinato de la Nueva España, a partir de la insurrección popular lanzada por dos curas del bajo clero y de pensamiento ilustrado, Miguel de Hidalgo y José María Morelos. El intento de prolongar las estructuras de dominación imperial incoadas por el Virrey Agustín de Iturbide pronto abortó; pero su rechazo por parte de las Elites ilustradas sirvió para que nuestros pueblos se manifestaran por primera vez en forma soberna y pusieran las bases de lo que, a lo largo del siglo XIX, les permitiría ir conformando el Estado nacional de inspiración básicamente liberal. A lo largo del siglo XIX México se convierte en una nación soberana, donde destaca la figura de Benito Juárez; pero por razones geográficas e ideológicas, también México se ha convertido en la conflictiva frontera Norte —la única frontera territorial del continente— que nos separa y nos une a la otra América, aquella que no es la nuestra, como diría José Martí. Nuestra América se lanza en los meandros del siglo XX con la Revolución Mejicana, el acontecimiento histórico más importante de la historia política de nuestra región durante la primera mitad del siglo XX.
De nuevo ahora Nuestra América se lanza al siglo XXI político en México, gracias al triunfo arrollador de las fuerzas progresistas encabezadas por el dirigente popular Andrés Manuel López Obrador. Heredero y portavoz de los más auténticos valores patrióticos de la dramática historia de su pueblo, AMLO y su triunfo están llamados a convertirse en un salto cualitativo en las luchas de nuestros pueblos por la defensa de sus recursos naturales y en la construcción de una zona de paz, capaz de resolver sus problemas, tanto domésticos como regionales, sin injerencia de los poderes imperiales y de sus aliados locales. México es el país de habla española y de cultura mestiza más poblado del mundo con sus 120 millones de habitantes; es también la gran potencia económica de la región al lado del otro gigante latinoamericano, Brasil. Sin embargo, la Revolución Mejicana, que causó un millón de muertos y más de dos decenios de turbulencia, solo fue capaz de llevar al poder a un gran dirigente patriótico, como fue el General Lázaro Cárdenas —Presidente de la República de 1934 a 1940— a pesar de haber tenido líderes salidos de sus entrañas populares que hicieron historia por sus legendarias hazañas, como fue Emiliano Zapata. Desde entonces, México no ha tenido una sola elección verdaderamente democrática; sus presidentes y muchos gobernadores han asaltado el poder gracias al fraude y al soborno; la corrupción se ha hecho proverbial. El régimen priista comenzó su declive, lento pero irreversible, a partir de la masacre de Tlatelolco en 1968. Los dos triunfos posteriores del PAN, un partido político más retrógrado pero no menos corrupto que el PRI, no hizo sino deteriorar la situación. México se convirtió en un estado fallido, donde los poderosos carteles del narcotráfico han infiltrado las instituciones republicanas, tanto locales como federales. El Tratado de Libre Comercio con los vecinos del Norte no ha hecho sino agravar la ya tradicionalmente precaria situación del campesino, todo para favorecer a los productores agrícolas de Estados Unidos —farmers—. De ahí la migración masiva de braceros hacia el Norte y la respuesta brutal deI Imperio que ha convertido su frontera sur en una de las regiones más sangrientas del mundo. En los últimos diez años el pueblo mejicano ha vivido en un virtual estado de guerra civil, que ha dejado como saldo 200 mil muertos y 50 mil desaparecidos, que se deben no solo a la acción mayoritariamente impune de los carteles de la droga, sino también a la complicidad directa de políticos y terratenientes locales y de sus cuerpos de policía y del ejército. Por desgracia, una situación similar se vive en los vecinos del Sur, como Guatemala y Honduras.
Pero el grito grávido de esperanza del heroico pueblo mejicano, no se ha hecho esperar esta vez y ha dicho presente en el mensaje del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, heredero legítimo de Morelos y Juárez, de Zapata y Cárdenas. Al igual que Lula en Brasil, AMLO no es un político tradicional, sino que surge de las luchas sociales, si bien su formación académica es superior a la del brasileño curtido este último en las luchas sindicales. López Obrador luchó durante tres campañas electorales por la presidencia de la república; las tres las ganó, pero la dos primeras le fueron arrebatadas por el fraude, igual que le había sucedido a su antecesor Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del presidente Lázaro Cárdenas. Ante el deterioro generalizado del país, a las clases dominante no les ha quedado más remedio que cederle la palabra al pueblo mejicano, quien ha elegido a AMLO por amplia mayoría dándole igualmente cómoda mayoría en las gobernaciones de cinco estados y en las dos cámaras del Parlamento. Frente a la grave situación impuesta por las oligarquías locales en países ampliamente influyentes en el continente, como es el caso de Brasil, México se convierte a partir de ahora en un rayo de luz y esperanza para los sectores tradicionalmente empobrecidos y marginados. Uno de los méritos mayores de AMLO es haber devuelto al pueblo la confianza en la democracia, confianza que había perdido por tantas décadas de fraude y corrupción. Desde el punto de vista de las relaciones intercontinentales, la lucha por hacer realidad que nuestra región sea una zona de paz y la acción de una diplomacia firme en los foros internacionales será de capital relevancia, lo mismo que su clamor para que se haga realidad el respeto irrestricto a los principios del derecho internacional, lo cual se notará como un cambio henchido de dignidad y humanismo. Tenemos la firme convicción de que el amplio triunfo de AMLO constituirá el inicio de una nueva era para nuestros pueblos. Porque Nuestra América comienza en México. Por hoy solo nos cabe gritar: ¡Gracias, hermanos mejicanos! ¡Gracias AMLO y su movimiento MORENA!
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