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Lunes, 25 de noviembre de 2024



COLUMNISTAS


Nostalgia de seguridad

Emilio Bruce [email protected] | Viernes 16 agosto, 2024


Dormíamos tranquilamente sin llave. Caminábamos de madrugada por nuestras ciudades y campos con tranquilidad y sin ser perturbados. En el día pateábamos bola en las calles de nuestros barrios y los muchachos nos sentábamos en las gradas de las casas en las tardes a conversar con las amigas y amigos. Nunca nadie nos asaltó ni nos amenazó. Conforme se debilitaron los elementos socializadores en nuestras comunidades comenzaron a aparecer síntomas de deterioro en la seguridad ciudadana. También nos olvidamos que seguridad no es represión, que esta sin soluciones sociales lleva a un estallido.

La familia era el primer elemento que garantizaba nuestra tranquilidad. En el regazo de la familia aprendimos las reglas básicas de la convivencia, el sentido de las reglas y de la autoridad que no se discutía al padre o a la madre. En familia aprendimos a diferenciar lo que podíamos y lo que no podíamos hacer, así como las consecuencias de nuestros actos. En familia aprendimos las reglas de una convivencia civilizada y reglada. Aprendimos en el seno de nuestra familia el deber y la obligación. No recuerdo que nuestros padres nos tuvieran lástima. El pobrecito no tenía lugar en nuestras familias. Todos teníamos obligaciones y claramente debíamos cumplirlas. Siempre se cultivó la honestidad y la integridad en los hogares costarricenses.

La escuela era un sitio en el que se extendió nuestra convivencia. Nuestros compañeros de escuela fueron nuevos hermanos. La maestra era la representante explícita de nuestros padres y ella velaba por que las reglas y nuestra conducta se condujera por las mismas sendas que en nuestro hogar. Las maestras fueron otras madres para nosotros. El aprendizaje fue abundante y trascendental. Aprendimos a leer en primer grado con total interés y esfuerzo permanente. En la escuela que era un mundo más amplio que el que nos ofrecía nuestro hogar tratamos gentes de parecidas costumbres, pero algo diferentes. Aprendimos el respeto para todos y el cariño para muchos. Aprendimos a fijar límites a los demás en su trato hacia nosotros y aprendimos nuestros propios límites. Hacíamos tareas abundantes sin discutir. Estudiábamos con rigor y nos divertíamos con placer, pero nunca nuestros juegos rivalizaron con nuestra educación y nuestro aprendizaje. Cuando rompíamos el equilibrio entre juegos y tareas la madre generalmente intervenía con paciencia y amor. Cuando se rompía la regla que determinaba cuánto juego podíamos tener dentro o fuera de clases la maestra con firmeza nos lo recordaba. Aprendimos reglas, consecuencias, respeto, consideración y cariño para un mundo más amplio.

La iglesia nos enseñó a diferenciar el bien del mal, el pecado de la conducta correcta. La iglesia nos enseñó la ruta del deber espiritual, de Dios, de la eternidad que todavía hoy no logramos comprender bien. La iglesia generó en nosotros ese sentido y esa verticalidad de una columna de hierro.

Crecimos con las reglas amorosas de nuestro hogar y la extensión del conocimientos, reglas y consecuencias en nuestras actitudes y nuestros actos. Las enseñanzas de la iglesia nos obligaban a hacer solo lo correcto. Terminamos nuestra educación secundaria y comenzamos a trabajar mientras asistíamos a la universidad.

El sitio de trabajo nos trajo más reglas y más deberes. El trabajo nos amplió el mundo y nos enfrentó a libertades que nunca habíamos tenido. El trabajo nos llevó a asumir deberes diferentes que los que hasta el momento habíamos desempeñado. Pero los conceptos del bien, de lo correcto, de la consecuencia de nuestros actos, la disciplina aprendida en el regazo de los padres nos permitió seguir una ruta de bien y de corrección. Cumplíamos con las tareas para las que habíamos sido contratados y con honradez e integridad sacábamos adelante nuestro trabajo.

Los medios de comunicación colectiva nos informaban de las verdades sociales de la época. Tiene que ser cierto, lo leí en La República. La verdad y la imparcialidad nos satisfacían a todos. Las noticias eran expuestas como tales sin que fueran comentadas con parcialidad por periodistas con intereses propios y su propia forma de ver las cosas. Los periódicos, la radio y la televisión no juzgaban ni investigaban con parcialidad los acontecimientos, solo exponían hechos, nosotros poníamos la interpretación.

Así las cosas, ese virtuoso sistema garantizaba más seguridad en nuestras comunidades que varias compañías de Guardia Civil o centenares de investigadores de la OIJ. Todo cambió. La familia es ahora en un enorme porcentaje monoparental y jefeada por mujeres solas que trabajan y al regresar a la casa agotadas ven por sus hijos y sus obligaciones. Los hijos vagan por los barrios solos desde su regreso al hogar que está vacío. Vagando solos, merodean y aprenden vicios y mañas. Las ciudades miserias incentivan el fenómeno potenciándolo. La pobreza y la miseria, así como la soledad y el abandono son fertilizante para estos fenómenos de bautismo a la criminalidad. Pobres y hambreados lo niños y jóvenes encuentran en el robo, los carterazos primero y la venta y consumo de drogas después su forma de tener plata en la bolsa. El desempleo potencia aún más esta situación a la que muchas veces los responsables de combatirlo ensordecen sus oídos y cierran sus ojos. El sector social institucional se ha venido debilitando en sus recursos para lograr el equilibrio fiscal, evitar desperdicios y en gran medida por sus resultados dudosos. Muchos trabajan en esas instituciones y pocos reciben los beneficios que la sociedad otorga a los necesitados. Pero sin esa ayuda social del gobierno los problemas se profundizan y el narcomenudeo aumenta y la población es pervertida de manera permanente. La ayuda social no está exenta de errores, de desorden y de corrupción en algunos casos, pero no por eso deja de ser de naturaleza indispensable.

Las escuelas han disminuido su capacidad de guía y de formación y seguiremos por ese rumbo ya que la educación pública cada vez más tiene presupuestos limitados, clases muy grandes y escapa a su esfera de acción y de formación atender todos los problemas de hogar y los problemas de comunidad. La madre de familia sola entrega a la escuela a sus hijos y la escuela no puede sustituir el hogar. La madre o el padre entrega sus hijos, pero agrede con frecuencia al educador supuestamente en defensa de sus hijos cuasi abandonados. Los padres se meten y critican y presuntamente defienden a sus hijos de la maestra, todo lo cual desvirtúa el papel del educador y claro el de padre también.

Se nos han debilitado los elementos que garantizaban la buena conducta y la seguridad ciudadana. Ni mil policías más sustituyen la acción del hogar con padre y madre. Ni mil logran compensar el desempleo y la miseria. Debilitar la escuela y la iglesia tiene consecuencias nefastas en nuestras comunidades. La seguridad ciudadana no es asunto de Guardia Civil, Tribunales y cárcel. Es cuestión de valores, hogar, escuela, iglesia y trabajo digno.

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