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No solo París vale una misa

Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 09 agosto, 2012



De cal y de arena
No solo París vale una misa

“París bien vale una misa”, proclamó Enrique IV para justificar su conversión (hay historiadores que la califican de fingida) al catolicismo. Lo cierto es que el monarca francés encontró que abjurando al protestantismo tendría abierta la vía para coronarse como Rey de Francia una vez desaparecidas las barreras que le ponían el Vaticano y sus acólitos en España. Por aquí —por supuesto que guardando las distancias— también hay un “París” en medio. A doña Laura el estado mayor de la Iglesia Católica le distingue con un trato extremada y curiosamente meloso a pesar de su estado civil. No le sucede lo que al entonces Presidente de Alemania, el católico Christian Wulff a quien el Papa Benedicto XVI le negó la comunión por haberse divorciado. Ni lo que le recetó un cura que escribe en el semanario Eco Católico a una señora que le preguntó si podía recibir en su casa a su hijo y a su cónyuge, casados civilmente por ser ella divorciada. La respuesta fue que a su hijo sí pero jamás a la mujer que vivía en pecado. Tal sino no lo vive doña Laura. Ese privilegiado tratamiento para nuestra Jefe de Estado, esa meliflua relación que derivó en su declaratoria como “hija predilecta de la Virgen de los Angeles” no obstante la condición antes apuntada, me resulta curiosa. Teniendo en cuenta que esa cúpula “no arranca pelo sin sangre” en tanto se despliega como poder terrenal al lado de sus potestades eclesiásticas, sospecho que el trasfondo del asunto es el Concordato que con tanto denuedo procura la Iglesia Católica para normar sus relaciones con el Estado costarricense y que se tramita con más misterio que luz.
El sentido anticlerical que se marcó tan hondamente en la sociedad costarricense a partir del gobierno de Próspero Fernández se ha diluido mucho y hasta ha habido gobernantes con acceso al túnel de la Catedral Metropolitana al Palacio Episcopal. Por ahí está la explicación de la relación de guantes de ese comedido e insípido manejo de la “cuestión social” que a pesar de sufrir hoy un grave deterioro, no induce a la jerarquía eclesiástica a asumir una línea crítica como sí lo hizo el Arzobispo Sanabria, a quien Guatemala le negó el ingreso por “comunista”. Es obvio que se presiona para preservar la separación entre el Estado y la Iglesia y que se promueve la reforma constitucional que despojaría al primero de una absurda identidad confesional. Evidentemente, estas son señales que incomodan al estado mayor eclesiástico por lo que trataría de amarrar en el Concordato adecuadas atribuciones para influir en el dictado de la política pública, es decir, para inmiscuirse bajo el amparo del tratado. Hace largos años anda en procura de la formalización de ciertos privilegios de hecho: en la administración Echandi se valió de su estrecha relación con un ministro muy religioso que cometió el error de externar un favorecimiento del gobierno a la idea del Concordato. Poco después el Nuncio Apostólico Gennaro Verolino debió zarpar. Eran otros tiempos. Y eran otros los políticos.

Alvaro Madrigal


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