No se debe sacrificar la institucionalidad que protege la libertad y la democracia en aras de dudosos resultados inmediatos
Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 03 julio, 2023
Debo a mi maestro Alberto Di Mare -entre muchas cosas- que me alertara contra el espejismo de la eficacia inmediata. Su inmensa capacidad analítica le hacía tener clara consciencia de los peligros de dejarse engatusar por las medidas que imponen directamente una solución sin considerar los costos colaterales.
Don Alberto tenía muy claro que los fenómenos sociales son muy complejos y que además de las consecuencias directas de una acción hay otras consecuencias indirectas, que incluso en muchos casos van en la dirección contraria al efecto inicial. El ejemplo clásico para mi sigue siendo el de von Mises. Es bueno que los niños tomen leche. La medida de eficacia inmediata para que sea accesible a todos es fijar a la leche un precio bajo, de modo que todas las familias la puedan comprar. Muy bien de inmediato. Pero las vacas que den menos leche no podrán ser rentablemente alimentadas con ese precio y serán enviadas al matadero para convertirse en carne. Bajará la producción de leche. Las familias con más medios tendrán leche para sus hijos incluso si deben tener vacas en la casa. Habrá leche barata, pero las familias pobres no la podrán comprar porque la producción disminuirá.
Para ganar una batalla un ejército debe buscar la eficacia inmediata, pero incluso en este caso debe tomar en cuanta las repercusiones en el futuro. Las victorias pírricas no sirven. De nada vale ganar una batalla para luego perder la guerra.
Sin embargo, en un caso aún más importante cómo es la protección de la democracia y el estado de derecho que son las garantías del respeto a nuestra libertad y dignidad, a menudo nos dejamos engañar por el espejismo de la inmediatez y las medidas directas. Y en busca de resultados inmediatos no consideramos los efectos que algunas medidas pueden acumular contra la institucionalidad democrática y del estado de derecho. Es muy grave dañar esa institucionalidad que gradualmente por prueba y error la humanidad ha ido construyendo para defender los derechos fundamentales. Si la dañamos los resultados pueden ser muy nocivos para el bienestar de los ciudadanos.
Por eso merece destacarse una reciente declaración del profesor Arturo Cruz.
Arturo Cruz es un académico nicaragüense que obtuvo su doctorado en historia en Oxford, tiene una maestría en relaciones internacionales de Johns Hopkins y una licenciatura en ciencia política de la Universidad Americana.
Fue Embajador de Nicaragua en Washington durante el primer gobierno de la segunda época de presidencias de Daniel Ortega entre 2007 y 2009.
Por ser precandidato presidencial fue encarcelado en 2001 y sufrió prisión por dos años. Fue liberado con el grupo de 222 presos políticos que el 9 de febrero de este año fueron expatriados, declarados traidores a la patria, desposeído de su nacionalidad y de sus bienes.
Tiene más de 25 años de ser profesor de INCAE.
El recién pasado 23 de junio el Profesor Cruz en una reunión de la Asociación de Graduados de INCAE en Panamá señaló:
“…les quiero hacer un mea culpa, para terminar con una brevísima observación.
Hace algunos años, después de creer por mucho tiempo que la democracia es la forma natural de gobierno en una sociedad moderna, le empecé a perder la paciencia a la democracia representativa, puesto que observaba que esta se descomponía en una suerte de pluralismo débil, incapaz como sistema de gobernanza de tomar decisiones difíciles, las que por lo general son de índole fiscal.
Inclusive, en el salón de clases llegué a postular que las democracias representativas, en las que los ciclos electorales son frecuentes en un contexto de tasas de crecimiento modestas, son propensas al populismo económico, incurriendo déficits fiscales crónicos producidos no tanto por inversión, sino más bien por gastos ordinarios, financiados por deuda pública, cuyo servicio venía a dificultar la distribución futura de lo “escaso”,
según la terminología del gran politólogo David Easton.
Y, por lo dicho, empecé a ser más tolerante con el gobernante efectivo, sobre todo en sociedades menos desarrolladas, con baja densidad ciudadana, y por lo tanto más proclive al clientelismo y a sucumbir a las presiones inmediatas de los clientes. Y alegué que la efectividad por si sola era fuente de legitimidad, independientemente de si el gobernante cumplía con las normas y los marcos legales.
Pero ahora, después de experiencias personales muy peculiares, mi afición por el gobernante efectivo se ha visto disminuida, puesto que lo más probable es que se transformará en absoluto y arbitrario, con discreción total para el gobierno personal, y por lo tanto, nada justifica la subordinación de los valores democráticos a estas figuras,
aun cuando son autócratas benignos y hasta populares”.
Estas palabras del Dr. Arturo Cruz son una muy dura y atinada reflexión que debería ser objeto de nuestra consideración cuidadosa. ¡Cuántas personas educadas e inteligentes caen en el espejismo de la inmediatez y en la trampa de lo aparentemente eficaz! ¡Cuánto de eso vive hoy el mundo occidental, América y Cosa Rica!!
Sus palabras nos deben alertar sobre la necesidad de protegernos contra la inmediatez y la pura eficacia de los medios sin considerar su eficiencia de largo plazo y su licitud.
La institucionalidad que protege el estado de derecho y la democracia es una maquinaria frágil, sensible y muy complicada que no debemos debilitar en aras de pasajeros intereses.
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