No hay mal que dure nueve años
Pedro Oller [email protected] | Martes 30 diciembre, 2008
Entramos en la recta final, finalísima, de la gestión de W en Washington y al frente del mundo. Gracias a Dios que el tiempo, implacable, y la democracia, sólida y revitalizada, ponen punto final a una de las peores épocas que nos ha tocado vivir.
Con la dosis de humor que lo caracteriza, Letterman en su lista de diez del viernes, suponía lo conversado en la casa Bush durante Nochebuena: “Por favor no arruinemos este momento hablando de la economía, el cambio climático, Irak, Afganistán, el colapso del Partido Republicano o la aprobación de mi gobierno”.
Número seis y resumen ejecutivo de la gestión Bush, en dos tiempos.
Si a esto agregamos el irrespeto a las convenciones internacionales suscritas por Estados Unidos, la negativa a liderar el concierto internacional positivamente, el monumento a la tortura y la marginalidad en que se convirtió Guantánamo, el aislamiento y la soberbia de un gobierno cuasi-dictatorial, el fin no pudo llegar más rápido.
Sobre todo ante la incapacidad manifiesta de atender las graves consecuencias financieras de una gestión carente de controles, corrupta y torpe. El cierre de instituciones emblemáticas, la socialización de otras y el despilfarro —tan constante en estos ominosos ocho años— han tenido repercusiones internacionales que aún no terminan de dimensionarse.
Solo quizás como referente, el número 4 de Letterman: “El fantasma de las Navidades pasadas ha venido a recordarnos que bien estaban las cosas con Clinton”.
Pero como nunca es más oscuro que antes del amanecer, este vino de la mano de una campaña única de luz y esperanza. Políticamente, Estados Unidos ha tocado fondo y le corresponde a Obama cumplir con las extraordinarias expectativas que en casa y afuera se ciernen sobre él.
Lejos de la retórica y de la campaña, acciones urgentes en el frente de la guerra contra el terrorismo, de la guerra contra la debacle financiera, de la guerra por el crecimiento económico, de la guerra contra la indiferencia, de la guerra contra el repudio mundial, toman dimensiones gigantescas. Que Dios lo agarre confesado y nos acompañe a todos.
El número uno de Letterman de lo escuchado en la casa Bush durante Nochebuena por cierre: “¿Qué se le regala al hombre que lo ha arruinado todo?”. Y respondo yo, la oportunidad de hacerse a un lado y perderse en el anonimato.
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