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Navidad en setiembre

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 05 octubre, 2009



Navidad en setiembre


Que muchas celebraciones se han convertido en motivo comercial es ya una vieja historia. Nos hemos acostumbrado que el Día de la Madre, padre o niño y otras más tradicionales como la Navidad movilicen las ventas de cualquier tipo de artículo. Sabemos que el bombardeo de anuncios en todos los medios de comunicación empieza en enero con el verano, continúan en febrero con el inicio de clases, promocionan artículos playeros y atunes en marzo y así sucesivamente.
No es novedoso.
Ahora la Navidad llega cada año más temprano. Si antes setiembre era —y es— el mes de las rebajas, octubre el de Halloween y no era hasta noviembre —con las últimas lluvias— que descubríamos los primeros artículos navideños, últimamente el cierre fiscal se une al inicio de las ventas navideñas. Y para los que tenemos en la agenda tantos pendientes anuales, que diciembre se nos venga encima resulta aterrador.
El mes pasado las tiendas sacaron todo su inventario navideño del año anterior y lo promocionaron con grandes descuentos. Si yo entré en pánico por el acelerado paso del tiempo, imagino a quienes tuvieron que enfrentarse ante el dilema de comprar o no comprar. ¿Cómo embarcarse adquiriendo decoraciones en —por ejemplo— morado si en las tendencias navideñas de 2009 iba a predominar el azul?
Desde hace un par de años una cadena centroamericana de tiendas para el hogar lanza cada año las “tendencias navideñas”. A finales de setiembre anunciaron las de 2009. Tuvieron el buen gusto de nombrar a cada una de ellas con palabras en español. En 2008 solo utilizaron vocablos en inglés. ¿Suena mejor o es más “fashion”? I don’t know. Party, christmas, holyday, nutcraker, kisses, enchanted y gold formaban parte de los títulos dados a cada una de las líneas navideñas de moda. Me imagino la vergüenza de las señoras que —desconociendo lo que es “cool”— se equivocaron en la decoración para la fiesta de la Natividad.
Tonterías y frivolidades aparte, esta invasión navideña fuera de temporada me sigue provocando un desasosiego, fundamentalmente por la rapidez con que el tiempo pasa.
Aunque creí que era un problema de percepción personal, he coincidido con varias personas de diferentes edades en que cada vez las horas, días, semanas y meses se han acelerado. Y aclaro lo de la diferencia generacional porque sé que a medida que uno se va haciendo más… grande, digamos —para no usar el término viejo— el tiempo deja de ser tan lánguido como lo era en la infancia y adolescencia, incluso en la primera juventud.
Obviamente el ritmo demencial al que estamos sometidos —mientras tratamos de cumplir con la gran cantidad de fechas de vencimiento— nos hace percibir el trascurso de cada segundo de una manera diferente a la de nuestros abuelos.
Quise investigar sobre el tiempo —no solo el implacable, el que pasó, sino también el que viene— y aprendí que “un segundo es la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), a una temperatura de 0 K”. O sea, no aprendí nada: nunca fui buena para las ciencias.
Tal vez la duración de cada segundo esté cambiando, a lo mejor esa medida temporal está siendo afectada por el aceleramiento de la vida cotidiana. O quizás —por qué no— los segundos se están adaptando a las nuevas tendencias temporales. Ojalá definidas en idioma español.

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