Mentiras piadosas
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 02 febrero, 2009
Claudia Barrionuevo
Todos mentimos. Que nadie lo niegue. Nadie. La mentira es inherente a todos los seres vivos. No solo los humanos. El camuflaje de muchas plantas y animales es una forma de mentira. Mentiras que sirven para defenderse de los enemigos o para atraer lo que se desea.
En los seres humanos —gracias o a causa del raciocinio— las mentiras tienen una gran variedad de significados, razones y, por lo tanto, consecuencias diversas.
Igual que en el mundo animal y vegetal, las personas mienten para defenderse de los enemigos y para obtener lo que quieren.
Los niños antes de poder hablar saben mentir. Inocentes mentiras para no ser reprendidos. La imaginación hiperdesarrollada de los infantes es una forma de creación.
Como la ficción, sinónimo de mentira. Defendiendo a quienes construyen la ficción —novelistas, cuentistas, dramaturgos, guionistas y (¿por qué no?) articulistas—, yo argumentaría que se trata de una reconstrucción imaginativa de la realidad. ¡Vamos!, la creación no es una mentira, sino una recreación. Mentiras creativas.
Los políticos son mentirosos especializados. Aunque no quieran serlo, o nunca lo hayan sido (raro, porque en ese caso no podrían ser políticos) siempre tendrán consejeros que les recomienden qué se debe decir y qué no. Mentiras creativas, aunque no inocentes. Y sobre las mentiras políticas hay más ejemplos de los que pueden caber en 500 palabras. Historias tristes.
Como triste es que nuestros compañeros de ruta, en el campo afectivo, profesional, familiar —cotidiano al fin— nos mientan. La simpatía, coquetería, afecto o amabilidad —cuando no es sincera— es una mentira. Se llama hipocresía y es una de las formas más horribles de la falsedad. Fingir sentimientos opuestos a los que en realidad se tienen hacia alguien es lo más bajo de la mentira.
Hay quienes mienten por diversión. Sociópatas que gozan haciéndoles creer a sus víctimas hechos, historias y/o sentimientos falsos para luego reírse de ellos, en público o en privado. Dañar a otros y obtener placer del sufrimiento de los demás es una forma enfermiza de ejercer la mentira. Mentiras crueles.
Existen también los mitómanos que mienten sin ningún motivo. Ellos también pueden causar dolor sin que esa sea su intención. ¿O sí?
Y aunque se diga que la intención es lo que cuenta, los que se sienten engañados, desde los más desarrollados intelectualmente hasta los más sencillos, todos sufren con igual intensidad el dolor de la mentira. Se sienten tontos.
Muchos dicen mentiras piadosas. Los que son considerados. Los que no quieren herir a los demás. Aunque Joaquín Sabina está muy lejos de ser piadoso, su canción sobre ese tipo de mentiras tiene sabias sentencias: “No seas absurdo, me regañó, esa explicación nadie te la pidió así que guárdatela, me pone enferma tanta sinceridad”. Porque después de años de mentiras algunos prefieren no saber la verdad. No conocer el alma del mentiroso. Están convencidos de que “ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”.
Yo prefiero saber la verdad por amarga que sea. Quiero que me dibujen un mundo real no uno color de rosa. No prefiero escuchar mentiras piadosas. Aunque la sinceridad de algunos —o peor— su falsedad, me haya convertido en una cínica.
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