Mariposas amarillas
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 23 abril, 2014
Me gustaría ufanarme de haber ido a alguno de sus talleres en La Habana donde tantos colegas fueron dichosamente a parar
Hablando Claro
Mariposas amarillas
Lo sé. Apropiarme de un título tan gastado por estos días solo refleja las limitadísimas capacidades de alguien suficientemente atrevida como para intentar amarrar dos frases en procura de mostrar la inmensa admiración por el hombre y por la leyenda que lo acompaña, ahora hasta la eternidad.
Me gustaría decir aquí que fui una seguidora fiel de las “catedrales de palabras” de Gabriel José de la Concordia, como hoy confiesan muchos (algunos de verdad y otros muy lejos de ella, solo para hacerse parte del contingente inmenso de verdaderos gabianos aunque todos, eso sí, llenos de admiración y reverencia).
Pero no sería honesta. Y en todo caso, no serviría de nada porque al leer la pobreza de mis elaboraciones nadie me creería. Me gustaría ufanarme de haber ido a alguno de sus talleres en La Habana donde tantos colegas fueron dichosamente a parar. Pero nunca me gané tal honor.
Claro que leí Cien años de soledad y me adentré como mejor pude en aquel mundo hiper sorprendente entre real y fantástico de Macondo.
Y cuando por cosas del destino me tocó ir a vivir en la maleta de vendedor de libros de mi padre al Caribe colombiano, pude abrazar de cerquita aquellos exóticos colores y aquellos penetrantes y particulares olores (yo era una chiquilla procedente de un pequeñísimo valle intermontano que ni siquiera conocía Limón) llegue a convencerme secretamente que en algún recodo del camino por el que mi papá conducía algunos fines de semana cerca de las aguas del caudaloso e imponente río Magdalena, podríamos ir a dar al pueblo de don Gabriel.
Vivir en aquellas tierras me marcó de algún modo y aunque nunca llegué a conocer Aracataca (sí muchos Macondos de nuestro mal llamado subcontinente) estaba segura que si él no estaba ya ahí, su espíritu moraba por toda la costa de Bolívar. Y cuando resonaban los vallenatos de Mauricio Babilonia juro que en verdad era capaz de alcanzar aquellas mariposas.
Fue un buen tiempo mientras duró. Y luego, tras regresar al país y terminar la secundaria yo también decidí (resulta hasta irreverente decirlo si uno está mencionando a García Márquez) que el periodismo era el mejor oficio del mundo.
Ni más ni menos que por eso, muchos años y varias otras obras después, fue Noticia de un secuestro la que me cautivó por siempre.
Hacer de una crónica periodística una obra de arte, solo sería dado al genio de las letras del siglo XX. Al Premio Nobel del 82. Al Cervantes de América Latina.
Ahora que ha partido, dicen los distribuidores de libros físicos y cibernéticos que sus ventas se disparan. Lógico homenaje para este ilustre ser humano universal que amó como el que más la palabra y libró batallas de pasión con las imágenes.
Ojalá se cumpla su anhelo para América: cambiar y curarse. Y que sea este realmente un mejor lugar para soñar y para vivir para los millones de hombres y mujeres que tan magistralmente retrató García Márquez en sus miserias y sus grandezas.
Vilma Ibarra
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