Los fanáticos sinceros
Juan Manuel Villasuso [email protected] | Martes 05 octubre, 2010
Dialéctica
Los fanáticos sinceros
En 1976 Lamar Keene, un singular personaje que llegó a ser conocido en Estados Unidos como “el príncipe de los médium” por sus sesiones espiritistas en las que supuestamente conversaba con los difuntos, escribió el libro “La Mafia Psíquica”, en el que reveló los trucos que había empleado para engañar a quienes acudían a él para comunicarse con “el más allá”.
Ese libro no hubiera tenido mayor trascendencia y habría quedado como una constancia adicional de los fraudes y estafas que en este campo se cometen, si no hubiera sido porque Keene también analizó en su obra las reacciones que tuvieron muchas personas al conocer de sus triquiñuelas y tretas para timarlas.
Por extraño que pueda parecer, un porcentaje significativo de aquellos a los que había engañado se negaban a aceptar que hubieran sido embaucados y robados. Por el contrario, seguían convencidos de la veracidad de los eventos paranormales a pesar de la demostración fehaciente de que eran totalmente falsos.
Este fenómeno, que fue bautizado como “síndrome del fanático sincero” se ha utilizado para describir un aparente desorden cognitivo que conduce a un individuo, de otra manera completamente normal, a creer lo increíble más allá de toda razón o sensatez.
Cuando el fanático sincero es seducido por una fantasía o una impostura, cuanto más se le demuestra su falsedad o contradicción lógica, más se aferra a su creencia. El fanático sincero está persuadido de lo que cree, independientemente de que la realidad, la ciencia o la experiencia demuestren lo contrario.
Para la mayoría de las personas resulta difícil entender cómo un individuo, aparentemente razonable, puede defender con tanto empeño una fantasía aun después de haber sido comprobada la falacia. Sin embargo, para el que padece este síndrome se da la situación inversa: no puede comprender cómo el interlocutor no cree en sus ideas. Esa situación provoca que se aferre a sus convicciones con más firmeza, viendo enemigos y conspiraciones donde lo único que hay es realidad pura y dura.
Los hallazgos de Keene tienden a coincidir con los planteamientos del psicólogo social Eric Hoffer respecto a lo que él denomina “verdaderos creyentes”, individuos que se integran en grupos y organizaciones con el fin de reforzar sus creencias y alimentar su intolerancia hacia quienes consideran sus enemigos. Ese fanatismo a veces se disfraza de progreso, modernidad y ciencia. Para todo lo que se les oponga siempre encontrarán explicaciones, aunque sean poco plausibles, acompañadas de valoraciones negativas y descalificadoras de los antagonistas.
En todas las sociedades existen personas que pueden ser calificadas como “fanáticos sinceros” o “verdaderos creyentes”. No son idiotas ni desequilibrados mentales. Tampoco son gente inculta ni pertenecen a estratos socioeconómicos marginales. Por el contrario, algunos de ellos ocupan lugares prominentes en la escala social y en las entidades a las que se vinculan. Sin embargo, su actitud intolerante, su ceguera ante la realidad y su rencor y desprecio para quienes no comparten las mismas creencias los incluyen en esas categorías.
Afortunadamente, el número de fanáticos sinceros y de verdaderos creyentes en los colectivos sociales es reducido. La gran mayoría no padece ese desorden cognitivo y está dispuesta a escuchar puntos de vista divergentes y a debatir de manera civilizada. Sobre ese diálogo se construye la convivencia y se consolida la democracia, aunque el peligro siempre esté latente.
Juan Manuel Villasuso
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