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Los demócratas y sus desafíos

Arnoldo Mora [email protected] | Martes 11 marzo, 2008


Los demócratas y sus desafíos

Arnoldo Mora

Quienes creían que en las recién pasadas consultas electorales llevadas a cabo en cuatro estados y en las dos que se realizan en estos días, se disiparían “los nublados del día” para el Partido Demócrata, no solo se equivocaron sino que han visto con angustia —al menos, los dirigentes— o con regocijo —los republicanos— cómo esos nubarrones se han oscurecido aún más. Todo lo contrario a lo sucedido en las filas de sus contendientes, donde ya tienen candidato y pueden concentrar todas sus energías en lanzar la campaña presidencial y afilar sus armas en contra del partido contrario, los demócratas todavía, no solo no saben por quién deben votar el próximo 4 de noviembre, sino que la incertidumbre se acrecienta al ganar la ex primera dama Hillary Clinton en la última consulta y disipar la tenue esperanza de que allí se perfilaría en forma segura el joven senador Obama como el próximo contrincante del veterano Mac Cain. Si bien Barak conserva casi 100 delegados más que su contrincante, no parece que antes de finales de abril y luego de la consulta electoral en el estado de Pensilvania, se vaya a dar por descontado que los señores que representan las estructuras del partido inclinen la balanza a favor de uno u otra de los candidatos (as).
Esta situación es muy grave para ese partido, pues denota que hay resquebrajaduras en su seno que van más allá de las normales diferencias y legítimas ambiciones de índole personal. Se trata de algo más profundo. Lo que entre los demócratas se manifiesta no es solo el normal surgimiento de grupos en torno a un candidato, sino la aparición de tendencias de disímiles raíces ideológicas, con algunas connotaciones nada desdeñables que tienen que ver con los orígenes étnicos y etarios de sus figuras epónimas. Obama y Hillary encarnan visiones de mundo disímiles ideológica y culturalmente; representan en buena medida los polos opuestos de la sociedad norteamericana, que han encontrado terreno fértil en un partido como el demócrata que, históricamente, ha sido mucho más heterogéneo que el republicano.
La campaña al interior del Old Big Party que acaba de culminar con la nominación de Mac Cain como su candidato, también demostró tener rasgos de tendencias contrapuestas a pesar de ser un partido tan homogéneamente conservador.
De ahí que el mayor peligro que enfrentan ambos partidos sea la atomización. Este temor explica el realismo político que demostró Mac Cain al ir a abrazarse como Bush, su contendiente ideológico, ya que la unidad de su partido es la condición sine qua non para lograr un triunfo en noviembre. Igualmente, la senadora Clinton insinuó la posibilidad de forjar una fórmula presidencial única entre los dos contendientes demócratas. Porque si las heridas abiertas en esta campaña preelectoral persisten, la victoria republicana puede darse por descontada. Por eso, siempre he dicho que si las derechas en Estados Unidos (y en otros países como Francia e Italia) logran triunfos electorales sin ser necesariamente los mejores ni los más numerosos, es porque los sectores progresistas muestran con demasiada frecuencia una patológica (políticamente hablando) inclinación a las divisiones internas.

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