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Llegó la economía electoral

Juan Manuel Villasuso [email protected] | Martes 06 octubre, 2009



Dialéctica
Llegó la economía electoral

Cada cuatro años, en el mes de octubre, al iniciarse oficialmente la campaña presidencial, también irrumpe en nuestro país la “economía electoral”.
Es el momento en que los partidos políticos, las organizaciones gremiales: cámaras empresariales y sindicatos, y los “centros de pensamiento y de acción”, ofrecen sus análisis y sus propuestas sobre las prioridades y problemas que el próximo gobierno deberá atender.
La economía electoral incluye tres etapas. La primera es la analítica. Se organizan grupos de trabajo que revisan cifras y discuten sobre las variables macroeconómicas. Los integrantes de esos grupos se lo toman muy en serio y después de acalorados debates preparan un documento con su diagnóstico y sus soluciones para superar los “cuellos de botella”.
La segunda etapa es la consulta. En los partidos, el documento elaborado por el grupo de trabajo es sometido al candidato, o a su “economista de confianza”, para que lo examine y haga los ajustes pertinentes: eliminar o redactar de manera confusa lo que pueda ser mal visto, añadir aspectos políticamente atractivos (aunque se consideren un saludo a la bandera) y enfatizar las porfías personales de los aspirantes a Zapote.
En lo público, esta segunda etapa de consulta conlleva la comparencia del candidato ante las organizaciones empresariales, sindicales, cooperativas, académicas y de toda índole. Todos quieren conocer, de primera mano, el pensamiento y los planes del pretendiente a la primera magistratura. De manera concreta. Nada de generalidades. Respuestas específicas para cada problema. Casi nunca quedan satisfechos.
Pero, además, quieren que el candidato oiga lo que ellos tienen que decir: que su organización es muy importante, que contribuye con la producción, con el empleo, con el bienestar de los trabajadores, con la conservación del ambiente o con la equidad de género; que las cosas no están bien, que hay que hacer cambios, y que ellos, mejor que nadie, saben lo que hay que hacer, porque lo padecen todos los días. Luego le presentan, a la carrera porque el candidato ya tiene que irse, lo que proponen; y le entregan el documento que preparó su grupo de trabajo para que “lo vea con calma”.
La tercera etapa es la del compromiso. El candidato se compromete, en una voluminosa obra que muy pocos leen, y que en forma genérica llaman “programa de gobierno”, a llevar adelante un conjunto de políticas económicas que permitirán, siempre y en todos los casos: alcanzar el crecimiento sostenido, superar la pobreza, reducir la inflación, mayor equidad social, preservar el medio ambiente, generar empleo, construir viviendas, apoyar las exportaciones, aumentar el crédito, etcétera.
Con las organizaciones sociales también habrá compromisos. En algunos casos se firmarán papeles y se tomarán fotos. Otros serán menos formales, pero nadie pondrá en duda, en ese momento, la validez de la palabra empeñada.
Todo este ritual de la economía electoral, que quiero creer que se asume con gran seriedad y honestidad, se confronta después del 8 de mayo, con el mundo real: las leyes y las interpretaciones de la Sala Constitucional, los poderes fácticos (prensa y grupos de presión), los acuerdos internacionales, el Fondo Monetario y sus colegas y las restricciones presupuestarias, entre otras cosas.
Y así se termina la economía electoral, desplazada durante los siguientes cuatro años por la desilusión y la desesperanza de muchos, en esta querida tierra de labriegos sencillos y guarias moradas.

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