Libertad con responsabilidad
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 02 septiembre, 2009
Hablando Claro
Libertad con responsabilidad
Jean Daniel, un gran periodista, fundador de la reconocida publicación Le Nouvel Observateur y nada menos que discípulo de Albert Camus, afirma contundentemente y sin lugar a derivaciones que “la capacidad de hacer el mal que tiene el periodista es devastadora”. Daniel lanza esta afirmación en el contexto de una entrevista que constituye una profunda reflexión ética de la profesión —acaso oficio, no importa— que llevamos a cuestas aquellos que por vocación o simple necesidad decidimos contar a otros lo que no saben.
De esa lección se extrae una gran verdad: como contadores de hechos —lo cual implica decidir cuáles y en qué forma contamos esos hechos— los periodistas tenemos que tener siempre presente que nuestro ejercicio no está exento de fragilidades y vulnerabilidades. Humildad es la palabra.
Como comunicadores nos amparamos como el más demócrata en el sagrado precepto de la libertad de expresión de la que derivan las libertades de opinión, de acceso a la información, de prensa y todas las modalidades de la expresión del pensamiento y las ideas. Las defendemos con pasión y algunos de nuestros colegas hasta lo han hecho con sangre. Somos una especie de estandarte social de la defensa de las libertades públicas más preciadas en democracia. Somos ciertamente ciudadanos con un encargo social fundamental: obtener y difundir información para dar contenido y soporte a las bases democráticas.
Por eso tenemos una enorme responsabilidad. Tenemos que ejercer nuestra libertad en el marco adecuado de los parámetros del desempeño ético más riguroso, con claridad absoluta respecto de los cánones que deben regir nuestra conducta. Con rigor, con precisión, con corrección, apegados a los hechos noticiosos; sabedores de que esos hechos son muchos y que ofrecen variados matices. No somos dueños de la verdad. Solo transmitimos hechos y verdades.
Y como otras, la nuestra es una profesión que enaltece y enorgullece. Tanto como a veces avergüenza o envilece.
Albert Camus decía que valía la pena luchar por una profesión como esa. Años después, su discípulo modificó la frase por “merece la pena luchar por una profesión como esa”.
Después de 26 años en el ajetreo, lo creo fervientemente. Y hasta donde tenga fuerzas y pasión seguiré luchando por defender las libertades que dan sustento a este noble oficio. Lo cual incluye por supuesto la libertad del ejercicio periodístico para auscultar a quienes detentan el poder y el derecho que ellos tienen en democracia a criticarnos —si se quiere agriamente— por la forma en que hacemos la tarea y —admitámoslo— también por nuestros reconocidos excesos.
Es el natural juego de la democracia y de las fricciones propias de nuestras respectivas funciones.
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