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Liberación: ¿cuál?

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 13 febrero, 2015


Hoy Liberación da la impresión de no ser más un partido sino dos


Liberación: ¿cuál?

Mas allá de los chismes y “escandalillos” de aldea montados por una prensa amoral y amarillista, a la que se le ha hecho costumbre intentar desorientar a la opinión pública ciudadana, es deber patriótico discernir cuáles son los asuntos políticos importantes que incumben a nuestro futuro, comprometen nuestro presente y se apoyan en una revisión lúcida del pasado.
Vistas así las cosas, considero que la elección del nuevo presidente del partido que ha dominado la escena política nacional desde la Guerra Civil de 1948 y que gobernó al país durante los dos últimos cuatrienios, podría incubar una dimensión trascendente en nuestra historia política. Comenzaré por señalar que hoy el panorama es muy diferente al de las décadas anteriores, marcadas por una guerra fría, que nunca dejó de ser caliente en la Cuenca del Caribe por razones geopolíticas.
Dentro de ese contexto debe verse la elección del presidente —que se considera como probable candidato para disputar la presidencia en 2018— del partido ayer mayoritario en la política nacional y que hoy debe contentarse con ser un partido de mediano tamaño, que tan solo le alcanza para ser el mayor de una oposición tan atomizada y tan desorientada como parece ser el propio gobierno y su resquebrajado partido.
Sin embargo, insisto, por tratarse del partido que marcó como ninguno la historia nacional de los últimos decenios, lo que intramuros suceda no puede pasar desapercibido para un ojo crítico que vaya más allá de la frivolidad con que algunas empresas mediáticas se ocupan de los asuntos que conciernen a los destinos de la Patria.
El hijo del último caudillo de la historia política nacional ganó ampliamente la presidencia del partido fundado por su papá, derrotando a Óscar Arias, el encarnizado adversario del figuerismo en el seno de ese mismo “partido” (¿?).
Fiel a su autoasignado rol mesiánico como decrépito vocero de la decadente oligarquía criolla, Óscar puso a jugar de peón de su ajedrez a un viejo cuadro político que se caracteriza por su obsecuente lealtad aunque carezca de dotes de liderazgo… o, quizás, precisamente por eso lo puso. Lo que hay en ese partido es una disputa sin cuartel por hegemonizar un movimiento que surgió teñido con la sangre del mayor evento militar de nuestra historia doméstica, que luego conquistó el poder muchas veces en la arena electoral. Ese movimiento-partido logró la aceptación mayoritaria del pueblo costarricense por encabezar la necesaria modernización de las estructuras económicas y políticas del país. Hoy Liberación da la impresión de no ser más un partido sino dos: uno salido de lo que queda del ariato y que aspira a borrar hasta el apellido del líder-fundador, y el otro compuesto por quienes se cobijan nostálgicamente bajo la sombra surgida en La Lucha y en San Cristóbal.
La diferencia no es de matices sino de fondo, pero José María la minimiza llamando a la unidad ante la amenaza de perder la guerra (2018) aunque haya ganado esta su primera e importante batalla. Óscar no es un republicano sino un aristócrata; no tiene amigos personales ni aliados políticos; para él solo existen súbditos o enemigos; quien no está con él, está contra él. Así lo ha demostrado en sus declaraciones. Por eso prefiere la derrota de “su” partido que soportar que otro que no sea su lacayo gane. Los Figueres lo saben (remember el “escándalo Chemis”). ¿Significa eso el principio del fin de Liberación? No es esa mi impresión actual. Pero ciertamente cabe preguntarse cuando se habla de ese partido: Liberación ¿cuál?


 

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