Lección de vida
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 25 febrero, 2009
Lección de vida
Vilma Ibarra
Si los seres humanos tuviéramos la capacidad de escribir siempre las ofensas en la arena, tendríamos muchas más oportunidades de crecimiento —y consecuentemente de realización, plenitud y felicidad— que redundarían en una mejor calidad de vida. Sin embargo, el perdón es una de las decisiones más difíciles de adoptar. Requiere coraje, determinación, voluntad, propósito e inmensas dosis de racionalidad, y por supuesto, en medio de las comprensibles emociones y sentimientos que se nos desatan frente a lo que percibimos como una ofensa (siempre injusta) nos resulta extremadamente difícil avanzar en el determinante camino del perdón; que se constituye en la única vía de salida para buscar nuevos derroteros; no porque uno olvide, sino porque a partir de la determinación de perdonar, es posible asimilar lo que nos haya sucedido como una experiencia más, pasar la página y continuar en la búsqueda de nuestro crecimiento. Cuando no lo logramos, quedamos indefectiblemente atados al pasado, amarrados a los gruesos mecates del resentimiento, el rencor y la amargura. Y como consecuencia de ello, muchas veces, una imperiosa necesidad de reivindicación puede llegar a apropiarse de toda nuestra vida.
Esta es la inevitable reflexión que me produce el lamentable vía crucis de un ser humano que decide negarse a aceptar un hecho político. Por los últimos cuatro años y dos meses, don Alex Solís ha movido cielo y tierra en una búsqueda incansable de reivindicación por lo que él cree genuinamente que fue un trato inadmisible del Poder Legislativo que luego de nombrarlo como contralor general de la República, decidió destituirlo. El recurrió la decisión y en su oportunidad la Sala Constitucional no le dio la razón. Pudo haber terminado el asunto allí y recomenzar a partir de ese doloroso traspié. Pero don Alex optó por un largo vía crucis para intentar llegar al único altar que considera válido para él: ser restituido en su puesto únicamente para demostrar que fue injustamente removido. Y en la búsqueda de ese fin, ha echado mano de todos los medios jurídicos y políticos que han estado a su alcance: recursos de amparo, acciones de inconstitucionalidad, acciones contra el Estado costarricense en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, mociones legislativas y una gestión ante los tribunales administrativos para que más allá del objetivo de restablecer su nombramiento como forma de limpiar el honor mancillado, se pueda resarcir en unos ¢1.000 millones por salarios caídos y daño moral.
Se trata ciertamente del último escándalo político en el Congreso; un hecho que afecta —siempre en negativo— la seriedad del accionar de la política en Cuesta de Moras, pero desde mi punto de vista, y más allá de eso, se trata de un verdadero drama humano del que todos debemos extraer una lección de vida.
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