Las oligarquías no perdonan
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 02 julio, 2009
De cal y de arena
Las oligarquías no perdonan
Alguien abrió la jaula y los gorilas se salieron. Ahora, dijo el presidente de México, Felipe Calderón, quien también preside el Grupo de Río, la comunidad internacional ha de usar los instrumentos del Sistema Interamericano para restablecer el orden constitucional que rompió el golpe de estado y reintegrar a la Presidencia de Honduras a Manuel Zelaya. No será una tarea fácil. El ejército y la codiciosa oligarquía hondureña, unidos desde hace rato por una comunidad de intereses, se han confabulado para quitar del camino a quien osó minar el modelo político y económico que les resulta tan lucrativo.
No van a renunciar a lo que con el zarpazo han conseguido y jugarán las cartas de la lentitud en la capacidad de reacción de los gobiernos que les confrontan y confiarán en las reservas que algunos de ellos puedan abrigar para imponerle a Honduras un aislamiento económico tan fuerte como para sofocar al régimen.
El pulso es de antología, remarcado por los contenidos de la Carta Democrática Interamericana y por una correlación sin precedentes de corrientes políticas. Tras las declaraciones, llegó la hora de las acciones. En particular, su suerte dependerá de la contundencia con que Estados Unidos le salga al paso al cuartelazo, que es también prueba de fuego para el prestigio y la habilidad del Nobel de la Paz, Dr. Oscar Arias, en un contexto bien distinto al que rodeó el Proceso de Esquipulas.
Plagado como está de aberraciones políticas y jurídicas, este golpe de estado confirma “la ley de hierro” de las oligarquías por la que combaten a sus contestatarios a sangre y fuego y defienden sus conquistas territoriales y patrimoniales con plomo y bayoneta cuando tienen un ejército bajo sus designios. Si no, con el férreo control de los centros del poder político, periódicos incluidos.
Sea en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia, en Argentina o en Guatemala, las oligarquías no perdonan. En Honduras Zelaya se les fue al cuerpo: propuso una reforma fiscal, cerró el grifo al monopolio de las importaciones de combustibles, armas y medicinas, terminó con las ayudas disfrazadas a periódicos y periodistas y trató de meter el bisturí a la financiación de los partidos políticos y a la elección de magistrados y del fiscal general. Quiso encauzar a su país por la vía de la justicia social, el combate al analfabetismo, la enfermedad y la pobreza, volcó su atención hacia los sectores marginados y en diciembre, ante la mezquindad de las cámaras patronales, por decreto fijó en US$264 el salario básico. Autoritario, maniqueo, chavista... sin importancia; su suerte estaba echada sin más pretextos.
Las oligarquías no perdonan. Eduardo Oconitrillo nos recuerda que “a principios de 1917 se especula con la versión de que don Alfredo busca su reelección en las próximas elecciones... Don Alfredo, mal político, no desmiente claramente los rumores. El cuartelazo del 27 de enero de 1919 lo lleva a cabo su Secretario de Guerra y Marina, don Federico A. Tinoco, bajo el pretexto de evitar la reelección presidencial en el próximo periodo constitucional. Pero hay otros poderosos factores detrás del golpe de estado: la oligarquía cafetalera que combate las reformas fiscales; los banqueros a quienes el Presidente les ha quitado el monopolio de la emisión; los intereses petroleros; la impopularidad del Ejecutivo, producto de una curiosa componenda política; la ambición de Tinoco, quien a la postre fue el instrumento de los factores citados...”.
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