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La última plaza pública

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 01 febrero, 2010



La última plaza pública


Las plazas públicas siempre fueron fundamentales en las campañas políticas. Cuando el país se dividía en dos grandes partidos, conseguir el Paseo Colón para la última plaza pública el domingo previo a las elecciones era señal de triunfo. Luego de recorrer el país dando discursos triunfalistas en compañía de los dirigentes de cada región, con grupos musicales, animadores desgalillados, banderas y consignas, inundar la capital de posibles electores desde el San Juan de Dios hasta la estatua de León Cortés era una demostración de fuerza, de poder, de victoria.
¡Oh, años aquellos! Había plata para pagar gasolina, tarimas, músicos y signos externos; alcanzaban los voluntarios para organizar la fiesta y movilizar gente de todo el país y —sobre todo— sobraban partidarios dispuestos a asistir.
Hoy las cosas han cambiado. Solo el Partido Liberación Nacional (PLN) tiene el dinero y la voluntad de derramarlo en el Paseo Colón. Los otros partidos no quieren o no pueden.
Sin embargo la contraparte tradicional del PLN, el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), encontró una nueva forma de concluir la campaña electoral. Digo nueva aunque en realidad no sé cómo calificarla. ¿Insólita, tal vez?
Evidentemente el PUSC no tenía el dinero necesario para trasladar a sus simpatizantes hasta San José. Y aunque lo tuviera, no tenía suficientes simpatizantes como para llenar el Paseo Colón. Tan desesperados estaban sus dirigentes en obtener votos, deuda política, poder… en fin, cualquier cosa para seguir existiendo, que —además de una campaña de publicidad insólita— optaron por una acción más insólita aún. En lugar de organizar una última —o única— plaza pública se decidieron por una rifa. Por una rifa. ¡Por una rifa!
Escribo esta columna antes del sábado 30 de enero, día en que se rifarán (se rifaron) siete casas prefabricadas —una por provincia— de ¢2 millones cada una. Aunque usted no lo crea ese fue el final de campaña del —desde hace unos años— siempre sorprendente PUSC.
Pequeño e insólito detalle. Uno —por supuesto— debía ser pobre para participar, no tener bienes a su nombre. ¡Perfecto! Los ganadores obtendrían (obtuvieron) una casa, es decir “paredes, techo, puertas, inodoro y lavatorio” (sic); ¡pero no el lote!
A ver si nos entendemos: usted es pobre, no posee nada, ni un pequeño terrenito, pero se gana una casa de 42 metros cuadrados. ¿Dónde la coloca? ¿En el Parque de la Paz? ¿En las ruinas de Cartago? ¿En el Parque Vargas?
En el caso —más que probable— de que no tenga un espacio adecuado donde colocar la casita: ¿puede usted pedirle al PUSC que se la entregue dentro de unos meses a ver si encuentra una locación? ¿O se la dejarán en la calle, desarmada. ¿La puede vender? ¿entera? ¿por partes? ¿quedarse con lo que más le hace falta? ¡A saber!
El PUSC asegura que no se fijarán en el color político de los participantes en la rifa, por lo tanto no incurrirá en el delito estipulado en el Código Electoral de dar dádivas para obtener votos o adhesiones; costumbre muy arraigada en las prácticas democráticas del siglo pasado.
Si el tradicional cierre de campaña en el Paseo Colón siempre fue un derroche económico inútil y cada vez más obsceno, dados los índices de pobreza, el sorteo de viviendas sin lote no es obsceno, pero igualmente inútil.

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