La lengua española y sus academias
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 20 marzo, 2015
Hablando se entiende la gente; lo cual constituye el primer paso para evitar la violencia y construir la paz
La lengua española y sus academias
La visita en la semana anterior del nuevo Director de la Real Academia Española de la Lengua a nuestro país, no ha pasado desapercibida.
La lengua hablada en lo que fueran los dominios de Isabel de Castilla se ha convertido en la actualidad en la segunda en importancia en el mundo y la tercera de mayor número de hablantes. Con la ventaja sobre las otras lenguas universales de que más del 80% de nuestro idioma es idéntico en todos los países y regiones donde se habla. Lo cual la convierte en el principal rasgo de identidad cultural para los más de 500 millones que la practicamos como lengua habitual.
Las academias de la lengua española han tenido tradicionalmente como tarea primaria editar los diccionarios y la gramática, lo mismo que el manual de ortografía. Esa ha sido una labor fundamentalmente normativa.
A la raíz de esta concepción está la influencia de la filosofía racionalista que inspiró al pensamiento de la Ilustración dominante en el s. XVIII. Con ello se intenta responder a la cuestión fundamental de cómo expresarnos correctamente. Para responder a esta cuestión vital para que nos podamos entender pueblos que habitamos en todos los rincones del planeta, se les imprimió un carácter de autoridad o juez de última instancia a las academias.
Pero hoy la influencia de otras corrientes epistemológicas, como el empirismo y el pragmatismo anglosajones, les ha asignado un rol más vasto y complejo, cual es el de escudriñar científicamente lo que la gente habla independientemente de lo que determine la Academia.
A tenor de esta concepción filosófica, “la materia prima” de la que deben partir las Academias para cumplir sus funciones no son las raíces etimológicas ni las normas formales aun gramaticales, sino el uso mayoritario y constante en una región geográfica, sector socio-cultural y por un periodo significativo de tiempo, de las palabras y giros idiomáticos que emplea la gente. En esto hay que regirse por la sabia sentencia de Aristóteles: “la virtud está en el medio”.
Nadie puede detener la infinita riqueza del imaginario colectivo. Pero tampoco debemos olvidar que, si las lenguas existen, es para que la gente se entienda; y esto no se puede llevar a cabo sin un bagaje común y constante para la mayor cantidad de hablantes.
Por eso la confección de diccionarios es fundamental, no solo para los fines mencionados sino también para otros que rozan lo jurídico y lo político, es decir, para establecer la legitimidad y los límites del ejercicio del poder dentro en el ámbito jurídico y político. Lo vivimos todos los días en los debates, tanto en los tribunales como en la política.
Una palabra significa lo que el diccionario de la Academia dice. ¡Punto! Así se dirime la cuestión sobre si alguien injurió a alguien al usar determinado vocablo. Por eso la misión de las Academias es tanto preservar la unidad dentro de la diversidad de un idioma común, como proveer de instrumentos idóneos para crear belleza literaria y contribuir a preservar la paz al facilitar dirimir los diferendos que surgen cuando hay conflictos que, en no pocas ocasiones, tienen su raíz en malentendidos por no decir en juegos de palabras. Hablando se entiende la gente; lo cual constituye el primer paso para evitar la violencia y construir la paz.
Arnoldo Mora
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