La estela de doña Estela
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 31 marzo, 2011
De cal y de arena
La estela de doña Estela
Estela Quesada Hernández, de arraigada vocación por el magisterio y sobresaliente presencia en la política nacional, nos acaba de dejar. No así su estela por las aulas, los ministerios y las posiciones de elección popular que desempeñó, imborrable y elocuente ejemplo para una sociedad que está experimentando una vertiginosa depreciación de sus valores en un peligroso rumbo del que ella no cesaba de advertir. Porque fue paradigma en el servicio público, con dedicación a plenitud y honradez en el desempeño, por el acento que puso en la proyección cívica del trabajo en los ámbitos estatales o de la empresa privada, y por la integridad con que siempre mantuvo sus ideas. Estela Quesada no llegó a calentar asientos ni a llenar una mera formalidad. Inteligente, estudiosa, valiente y directa, fácil le resultaba ganar posiciones en el liderazgo donde se toman decisiones. Primero en las aulas en Villa Quesada y en Alajuela, luego en la presidencia de la mayor y más poderosa entidad gremial, la ANDE. Más tarde en la Asamblea Legislativa y en los gabinetes de los presidentes Echandi y Carazo, sin omitir sus quilates en el ejercicio de la abogacía y en la gestión empresarial. En aquel Parlamento belicoso y confrontativo, donde había figuras de gran peso y habilidad política, se ubicó en una línea de crítica franca y leal hacia el gobierno que presidía don José Figueres en el apogeo de su liderazgo. Y como lo hacía con inteligencia, habilidad y honestidad, no tardó en ganarse el respaldo de un pequeño grupo de legisladores también del oficialismo para conformar un grupo “los estelitos” le dijeron suficiente para descarrilar las tesis de partido. A contrapelo de las cuales fue elegida Vicepresidenta de la Asamblea, primera mujer en nuestra historia en presidir temporalmente el Parlamento.
Cuando el presidente Echandi decidió romper fronteras partidistas a tono con la determinación de sanar las heridas derivadas del conflicto del 48, la nombró ministra de Educación Pública. Ella, Joaquín Vargas Gené, ministro de Gobernación, y Otto Rojas, procurador general, fueron soporte vital de la forja de los criterios jurídicos de ese gobierno. Quiso imprimir el laicismo en la educación general liberal en todo sentido, al fin y al cabo y salió al paso de la urdimbre tejida por el nuncio apostólico Gennaro Verolino para imponerle al país un concordato. Temporalmente ganó la partida cuando Echandi la respaldó y otro ministro muy ligado a la jerarquía eclesiástica debió dimitir. Pero ya los dados habían rodado y la misma iglesia de la que advirtió don Quijote, luego le pasó la factura. Ya como Ministra de Trabajo en el gabinete del presidente Carazo, frontal, directa y sin segundas barajas como era, arremetió contra la instrumentalización del sindicalismo por el Partido Comunista y limpió (ella y ningún curita ni nadie más) el terreno para que el Movimiento Solidarista echara raíces y llegara a ser lo que hoy es. No se equivocó Estela cuando discrepó del gobernante acerca de la peligrosidad de los comandantes sandinistas para los intereses de Costa Rica. Los suyos, fueron enfoques discordantes. Por eso respetuosa de la jerarquía presidencial, renunció el 31 de julio de 1979. Así era Estela Quesada, de otra madera, de otra textura, de principios y valores hoy poco cultivados.
Alvaro Madrigal
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