La autoridad en crisis
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 25 marzo, 2010
De cal y de arena
La autoridad en crisis
La autoridad en crisis ha arrastrado al país a una crisis de autoridad. Las dimensiones del mundo del delito desbordan sobradamente la aptitud de la autoridad para encarar el desafío y exponen a las claras que en Costa Rica la actuación del estado en punto a velar por el orden público y la obediencia de la ley, es lastimosa y produce una crisis de autoridad. Las consecuencias de la expansión demográfica, de la apertura de fronteras y de la presencia del crimen organizado, no fueron apropiadamente interpretadas por el gobierno nacional. El tiempo se le pasó sin tomar las providencias legales exigidas por la riada delictiva y sin proveer a la Fuerza Pública de la capacidad de respuesta con más efectivos, mejor preparados y adecuadamente pertrechados. La astenia también está presente en los campos de la administración de justicia, allí donde florecen los criterios permisivos y condescendientes ante el delito, bien porque los códigos así fueron enmendados, porque los jueces toman distancia de las doctrinas sancionatorias o porque se pretexta que las cárceles están a reventar. Para abundancia de males, el narcotráfico ha llegado y saca ventaja del envilecimiento de los valores y del insaciable apetito por el dinero fácil.
La policía no da la talla. Más que una percepción, es una resultante de la constatación de que el hampa expande sus dominios sobre personas y bienes en las barbas de una policía impotente, mientras los carteles de la droga —capaces de acosar a los estados colombiano y mexicano— llegan y ponen a prueba la resistencia de las instituciones. Meses atrás el Departamento de Estado (Informe de Estrategia para el Control Internacional de Narcóticos) divulgó su preocupación por los “niveles alarmantes” de la presencia de la droga en Costa Rica. ¿Qué tal si no tuviéramos tan amplio apoyo técnico y logístico de la d.e.a.?. ¿Cuánto dinero negro —–de lo que los banqueros y financistas no hablan ni a puñetas— está llegando?
Vivimos una crisis de autoridad porque la autoridad está en crisis. Este es exactamente el contexto ideal para que crezca libre y fecundo ese curioso delirio nacional por desafiar la ley y por demostrar la fragilidad de la autoridad a la hora de hacerla respetar. El tico despliega su ingenio para hallar las rendijas que le permitan consumar el delito fiscal o abatir sus aportes tributarios. Conoce las prohibiciones de La Ley de Tránsito pero reincide en su transgresión. El hampa conoce bastante las debilidades de la policía y deja en la intemperie su improvisación y falta de escuela (y de espuela), como cuando practica retenes siempre en el mismo sitio, a las mismas horas y con el mismo protocolo. ¡Qué ineptitud! Lo que está ocurriéndonos es una versión “kafkiana”, un imprudente juego con fuego en circunstancias que deberían provocar la reflexión sobre los peligros de esa deformante conducta social que mezcla —en un coctel de alto contenido alcohólico— leyes malas con autoridades incompetentes y ausentes y ciudadanos irresponsables. ¿Para qué una Ley de Tránsito perfecta si no hay autoridades que la hagan respetar y si los choferes y peatones por lo mismo la desafían?
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