¡La solidaridad existe!
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 19 enero, 2009
Claudia Barrionuevo
Si la guerra de Gaza y la guerra del gas nos deprimieron en este principio de año con sus muertes evitables, el terremoto del Poás nos ha hundido en una tristeza difícil de superar.
Y es que más allá de las pérdidas materiales, que solo significan dinero, están las pérdidas humanas que siempre son irrecuperables. La desaparición de un pueblo entero tiene consecuencias sicológicas incalculables en los sobrevivientes.
Uno, desde el Valle Central que sufrió daños muy leves e imperceptibles, puede olvidar y obviar fácilmente la tragedia nacional si evita leer los periódicos o ver las noticias en la televisión. Cuando en algún momento
—como me contaba un amigo— uno pasa por la rotonda de la bandera, por ejemplo, y observa el pabellón nacional ondeando a media asta, un nudo de angustia se le agolpa en la garganta.
Y es que imaginar que muchos compatriotas perdieron no solo a sus seres queridos y sus casas, sino que además nunca recuperarán su cotidianidad es para angustiarse. Hay zonas que no podrán reconstruirse jamás y sus habitantes deberán inventarse otra vida. Como los exiliados. Es allí donde los efectos sicológicos serán devastadores.
Aunque mi pesimismo rara vez me abandona, la tragedia del pasado 8 de enero, me enfrentó a muchos aspectos positivos. Hay quienes afirman que es evidente que el país no estaba preparado para afrontar una crisis de tales dimensiones. Sin embargo, debemos reconocer que muchas instituciones se portaron a la altura de las circunstancias y buscaron soluciones rápidas y efectivas.
La ministra de Salud, María Luisa Avila, ha manifestado su preocupación por resolver no solo los problemas de salud física sino los daños sicológicos de las víctimas.
El jerarca del Instituto Costarricense de Turismo, Carlos Ricardo Benavides, hizo lo imposible por solucionar las complicaciones de los extranjeros que visitaban nuestro país.
El ministro de Trabajo, Francisco Morales, está intentando encontrar puestos de trabajo para los cientos de desocupados.
Doña Karla González —que había logrado echar a andar la autopista a Quepos— ahora se enfrenta con el desplome de la carretera de Vara Blanca.
Otras entidades públicas, encabezadas por la Comisión Nacional de Emergencias, no han cesado en sus esfuerzos por aliviar el dolor de las víctimas.
Claro que la obligación de estos funcionarios y las instituciones que dirigen era y es la de resolver los problemas que surgieron. Lo están haciendo y merecen nuestro reconocimiento.
Pero si hay algo que me ha reconciliado con la raza humana y con mi país, es la solidaridad de miles de costarricenses que, de diversas maneras, se manifestaron para ayudar a nuestros hermanos.
El domingo 11 de enero, la Casa Presidencial era un hormiguero de voluntarios que agradecían cualquier humilde colaboración que otros ciudadanos aportaban. Muchas empresas donaron productos de primera necesidad.
Lo más impresionante: una gran cantidad de costarricenses viajaron hasta el lugar de la catástrofe para colaborar en la recuperación de los cuerpos. Buscar cadáveres para permitir a muchas familias cerrar el duelo y enterrar a sus seres queridos, es de una dimensión inimaginable.
El presidente Arias —muy oportunamente— ha decretado duelo nacional. Escuché a algunos insensibles manifestar que el duelo debía significar días libres laborales. Por dicha pocos lunares ensombrecieron la solidaridad de la mayoría.
Las Fiestas de Palmares fueron pospuestas una semana. Hay quienes piensan que deberían ser canceladas. En lo personal, creo que lo mejor es que se realicen para aprovechar la gran aglomeración de personas que provocan. Que cada una de las atracciones, parqueos, corridas, etcétera entreguen un porcentaje de sus ganancias a las víctimas de la tragedia. Ahora se necesita dinero más que cualquier otra cosa.
Aunque la catástrofe nos provoque insomnio, nos hemos dado cuenta que la solidaridad aún existe. ¡Bendita sea!
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