La heredada fortuna de dos siglos
Candilejas [email protected] | Viernes 21 julio, 2017
Hace 234 años, en 1783, aquel sacerdote de nobles intenciones dedicadas al prójimo, hereda una fortuna en tierras con el fin de que fuesen pobladas.
Más de dos siglos después, Sonia Quesada es una de las dichosas herederas. El matrimonio compuesto por Mayra Pérez y Bienvenido Ruiz, también disfrutan hoy de la fortuna. No solo ellos. Toda la descendencia. Pero además, todos los costarricenses.
Sonia, sus hijos y nietos, llegaron a disfrutar un día al aire libre en una propiedad que el sacerdote Manuel Antonio Chapuí heredó a los vecinos de San José con el fin de que se mudaran a vivir en los alrededores de la iglesia que fundó y del que fue párroco.
De esas tierras, 72 hectáreas son una especie de laboratorio social en el que se observa casi todo tipo de interacciones humanas y orgánicas, en las que la persona puede incurrir, construir y ser partícipe.
Conocida como La Sabana, este gran parque metropolitano fue el centro de distracción para José Ignacio -de nueve años-, sus hermanos y primos.
Gabriela –hija de Sonia- se levantó a las 8:30 a. m. a preparar los huevos duros y otros alimentos. “ ¡Jueeee, qué temprano! ”, dice José Ignacio quien agrega ante la mirada interrogante de Candilejas: “vinimos a disfrutar de un ambiente fresco, jugar, comer y pasarlo en familia”.
¿Habrá imaginado el padre Chapuí en agosto de 1783 –cuando escribió su testamento dos meses antes de morir- que un niño como José Ignacio diría eso de lo que fueron sus tierras heredadas? ¿Habrá pensado en la alegría con la que Mayra y Bienvenido disfrutan de esta sabana hoy?
“Lo mejor de lo tico”, dice Bienvenido Ruiz mordiendo un tenedor con los últimos granos de gallo pinto que quedaban en plato.
“Es una gran alegría estar todos juntos” cuenta Mayra al sentarse junto a sus hijos y nietos bajo la sombra de un árbol y sobre una extensa sábana que sirve de cama y mesa.
Ambas familias presentan patrones de diversión y conducta tradicionales de la familia costarricense, tales como levantarse temprano para preparar los alimentos que darán energía, especialmente durante el cenit, a los parientes; despertar a los “chiquillos” un poquito más tarde, quienes arman algarabía por la conmoción de “venir a pasear, más a mitad de quincena, porque esto es diversión gratuita”, dice Miguel Zamora, padre del niño José Ignacio.
Un tropel corre sobre ruedas de patines, patinetas, bicicletas a diferentes velocidades sobre la pista diseñada para estos deportes. Es aquí donde se encuentran la mayor parte de adolescentes. Yuxtapuesto a la familia tradicional observada, estos jóvenes vienen a divertirse en grupo, la mayoría, otros con su novio o novia.
Algunos de ellos desconocen quien fue el dueño de La Sabana. Al preguntarles si saben quiénes son los herederos de esa fortuna, de esa tierra, todos responden con un significativo sentido de pertenencia: “de nosotros…de todos nosotros”.
Carmen Juncos y Ricardo Sossa
Editores jefes y Directores de proyectos
Fuentes: Zamora Hernández, Carlos Manuel. La Sabana: un parque con historia. Ministerio de Cultura y Juventud. 2009. • Fotos: Ricardo Sossa y Shutterstock