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La culpa

Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 04 julio, 2009



ELOGIOS
La culpa

Raúl González Tuñón escribía en “La calle de los sueños perdidos” que sería necesario crear esa calle para que la gente buscara el sueño que nos perteneció, pero se fue con otro porque no nos encontró cuando golpeó a las puertas de nuestra casa. El poeta decía, de un modo metafórico, que todos cargábamos con el sueño de otro, de tal modo que andábamos por la vida con un sueño prestado que no nos pertenecía.
Siempre me deslumbró ese acomodarse al sueño del otro y el conformarse con andar con un sueño prestado y así tuve la permanente curiosidad de saber si la gente, los países, los políticos y los artistas se acomodaban a vivir un sueño ajeno, antes que a renunciar a todo sueño. Digamos que en amores sucedía lo mismo. Era preferible un amor prestado que la falta de amor y la vida nos mostraba que en muchos casos se veía algo así en las parejas en una muestra de amarga resignación, un modo de decirse: más vale pájaro en mano que ciento volando.
Pero bueno, ese no es el asunto porque de fijo produce escozores, el tema que me ocupa es qué pasa con la culpa, no con los sueños, porque por lo general los sueños son ansiados, buscados y deseados pero las culpas pesan y nadie quieren saber de ellas a menos que sea masoquista, depresivo o enfermizo.
La culpa es un sentimiento bíblico, una de las más antiguas presencias que condenaron al hombre desde el principio de los tiempos: nadie quiere saber de ellas desde la más tierna infancia y no hay niño que ante un objeto roto diga: “se me cayó, lo rompí, me descuidé…” sino con el más soportable de “se cayó, se rompió o no sé cómo pasó”. Es decir, no tengo responsabilidad con el asunto, no es por causa mía, a mí que me esculquen.
Y es que la culpa nació con culpa y multiplicidad de pueblos se despojaban de sus pecados eligiendo una o más personas, extranjeros por lo general, antagónicamente religiosos o de piel, sexo o cualquier otra característica diferente (recordar Las brujas de Salem o el Holocausto hitleriano). ¿Qué hacían en los pueblos primitivos? Sacrificaban un chivo o macho cabrío (es decir un cabrón) en un altar para cargarle las culpas de todos y poder así dormir tranquilos.
Hubo chivos expiatorios excelsos como Jesucristo y Sócrates y los que debieron abjurar de la verdad para satisfacer a tontos e ignorantes como el “E pur si muove” de Galileo.
Finalmente, gracias a Sigmund Freud apareció otra figura expiatoria que liberó el siglo XX de culpas: la de los padres y madres que reaparecieron con la representación griega de Edipo y Electra. Y en la empresa, el hecho se repite porque cuando las cosas van mal, botan al guarda pero no al presidente.

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