La contracara inestimable de la pandemia
Marilyn Batista Márquez [email protected] | Martes 05 mayo, 2020
No existen palabras que reconforte a las personas que debido al Covid-19 han perdido a sus seres queridos y sus trabajos. Es imposible no sentir empatía con los que no han podido comunicarse con sus padres, hijos y nietos, los que han dejado de besar a sus parejas por temor a contagiarse y los que se han refugiados solos en un íntimo laberinto conformado por cuatro paredes, a causa de esta terrible enfermedad.
La distancia y el aislamiento han sido un peso cruel y amargo para muchos, pero para algunos, como yo, tiene una contracara inestimable.
Me levanto en la mañana más tarde, porque no debo maquillarme, ni buscar los zapatos me combinen con el vestido. Puedo estar trabajando en mi casa en chancletas, descalza y en pijamas. Nadie lo notará.
Esos 45 minutos que me toman arreglarme para ir a la oficina o a una reunión, la disfruto tendida en la cama, oyendo cantar el Yigüirro, que hace años se olvidó de visitar el árbol de almendro a la par de la ventana de mi cuarto.
El café ya no lo disfruto de pie, buscando documentos, el celular y las llaves del carro, ahora lo tomo de sorbo en sorbo, en la mesa pequeña de la cocina o en la ubicada en la terraza, y hasta tengo tiempo para acariciar a Hillary y Cloé, las dos perritas que me acompañan esperando que caiga una migaja de pan tostado para devorarlo.
Antes, odiaba los aguaceros, culpables de pringar mi atuendo glamoroso y de hacer que mi cabello rubio teñido pareciera una esponja. Actualmente, sentada con la computadora en el escritorio o en el sofá de la sala, veo caer la lluvia bañando los lirios, que se mantuvieron estériles durante el extenso verano y me regalan gratuitamente su aroma incomparable.
Como me sobra un poquito de tiempo –o mejor dicho, aprovecho más el tiempo, porque no hay presas, ni tumultos en las calles- leo todos los mensajes que recibo por whatsapp, incluso los buenos días, feliz martes, ¡Llegó el viernes! y las decenas de bendiciones que día a día recibo, y a veces respondo con un gracias, Dios te bendiga o feliz día. Antes los borraba, sin conocer quiénes los enviaban.
Las reuniones virtuales inician y concluyen en forma puntual. No se pierde el tiempo en esperas, ni en saludos protocolarios, y sabemos a qué hora exacta cada persona ingresa y se retira, por lo tanto, no pueden utilizar la excusa de ir al baño para escabullirse de la Junta.
A pesar de haber utilizado diferentes herramientas de comunicación virtual, como Facebook live, Zoom y Hangouts, nunca las apliqué en mis relaciones personales, teniendo gran parte de mi familia en el exterior. Así que dejé de hablar a través del teléfono, y mirando el rostro de mi madre le pido “la bendición” con mayor frecuencia. Disfruto descubrir que me parezco mucho a ella, que mi hermana no la cuida, sino que le hace compañía porque están más unidas que hace unos meses atrás, y que mis sobrinas se divierten creando el personaje “la abuela peleona”, que suben a Youtube para demostrar que no ha perdido su lucidez, humor y sabiduría, a pesar de sus 87 años.
Vi en tiempo real la imagen de mi hijo que vive en Florida, cortando el cordón umbilical de mi nuevo nieto, la cara de alegría de mi nieta cuando le envié por servicio exprés una cajita feliz (que no consumió, porque solo deseaba quedarse con el juguetito), la voz ronca de mi otro hijo, preguntándome ¿Cómo te sientes mamá?, ¿Dormiste bien anoche? y despedirse con un “Te quiero mucho”, y la del otro hijo, -que vive conmigo- discutiendo el enfoque de la “Apropiación del espacio”, el tema de su tesis de maestría en filosofía. Ahora los escucho, antes, en muchas ocasiones, sólo los oía.
Todos los lunes en la noche, me conecto en forma virtual, con un grupo de amigas empresarias, y de lo menos que hablamos es de nuestros negocios, por el contrario, el “cómo te va” es el tema central de la conversación, que siempre concluye con emojis de risas y besos.
Unido a todos los ordinarios detalles que me ha dado la vida la oportunidad de revalorar durante la pandemia, en esta semana pasó algo extraordinario. Participé en una reunión virtual con las compañeras de la clase graduanda de octavo grado del 1977. Gracias a la tecnología, un buen número de amigas de la adolescencia que no nos veíamos desde hace 46 años, pudimos reencontrarnos. Fue un momento inolvidable.
Por tantas cosas simples y hermosas que he experimentado en el último mes, esta pandemia me hace afirmar que la tecnología es un milagro. “Lázaro, levántate y anda”, es tan prodigioso como trabajar desde la comodidad y seguridad de mi hogar, ver por video a mis hijos sonreír, a mi nieto nacer, a mi madre bailar, a mis sobrinas jugar de Steven Spielberg, y a las amigas de ahora, y las de antaño, revivir tiempos y épocas que siempre tendrán un lugar especial en mi corazón.
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