La arrogancia individualista del pensamiento racional
Alberto Salom Echeverría [email protected] | Martes 03 agosto, 2021
Deseo invitarlos a una reflexión crítica sobre el pensamiento racionalista; lo hago convencido de su trascendencia en el mundo contemporáneo. Me acerco con respeto, por la enorme cantidad de pensadores, filósofos y científicos, artistas, poetas o músicos que se han expresado desde esa perspectiva filosófica, a partir del siglo XVII hasta estos días. También adelanto que valoro una parte del aporte entregado por esos hombres y mujeres a la humanidad. Además, tengo conciencia de que no lo conozco todo, quizás ni siquiera con la suficiente profundidad. Aún así, me atrevo a expresar mi punto, por la convicción crítica que albergo de ciertos alcances que esta manera de pensar o concebir al mundo ha irradiado a la humanidad.
Primero, es menester tener en cuenta el contexto en el que emerge el racionalismo en el siglo XVII. El mundo occidental europeo, había comenzado a dejar atrás los últimos vestigios del medioevo. En contrapartida nuevos atisbos de progreso material y espiritual despuntaban en el “viejo continente” al vaivén de un nuevo modo de producción, el capitalismo que venía escalando, no sin provocar las primeras trepidaciones de las obsoletas estructuras feudales.
Por otra parte, es bien sabido que, durante toda la edad media europea, una gran oscuridad penetró por todos los intersticios de las sociedades feudales, merced al pensamiento dominante religioso, primer responsable de haberlas anclado en la ignorancia y el atraso, por el afán de resguardar los intereses precisamente de las clases nobles feudales y de sus adláteres las cúpulas eclesiales, las cuales también ostentaban posiciones de poder. En efecto, la iglesia impuso la abolición de todo tipo de pensamiento e ideología que no le proporcionara beneficio alguno. La edad media convencionalmente se extiende desde el año 476 de nuestra era, con la caída del Imperio Romano, más o menos hasta mediados del siglo XV, con la invención de la imprenta, la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, o con la misma llegada de los europeos a América en 1492, y por supuesto, tiempo después, con la reforma protestante de Martín Lutero en el siglo XVI. (Cfr. https://www.lifeder.com)
Al racionalismo lo antecede el renacimiento (movimiento cultural entre los siglos XIV, XV y XVI), cuyo epicentro radicó en Italia y de allí fluye por todo el continente; este fue un período de liberación, en el que la cultura sale de los monasterios, que era la tradición en la Edad Media, y pasa a tener presencialidad en las calles, comienza a aflorar la libertad de pensamiento y nacen las primeras universidades en Europa.
Todo este sustrato es lo que da lugar a un pensamiento nuevo; digo nuevo, porque no es que no hubiese del todo creación y filosofía en la Edad Media en medio de la represión, ahí están como testimonio San Agustín (354 d.c. hasta 430 d.c.) y Santo Tomás de Aquino (1.225 d.c. hasta 1.274 d.c.); ambos con un pensamiento vigoroso en el ámbito religioso. En el caso de Tomás de Aquino fue impulsor del escolasticismo. Se produce entonces desde el renacimiento una verdadera sed, una efervescencia de ideas, de búsqueda de respuestas a todas aquellas preguntas e inquietudes que estaban pendientes de resolución, porque habían quedado huérfanas desde años atrás.
En este contexto es que brota el racionalismo, cuyo fundador fue Renato Descartes, francés que nace en el año 1596 de nuestra era y muere en Suecia, en 1650. Descartes, pero sobre todo Francis Bacon, hicieron “tabula rasa”, procurando desentenderse, si no de toda, sí de una buena parte de la tradición del pensamiento medieval de la Baja Edad Media, la cual tuvo su plenitud entre los siglos XI y XIII. Descartes creó un nuevo modo de pensar, basado en la “duda metódica”: consistía en negar primero los signos engañosos de la intuición, de los sentidos; para luego, utilizando la evidencia de proposiciones emanadas de la razón, asentar premisas veraces nacidas de la geometría y la matemática y avanzar así en el conocimiento, deductivamente.
Una de las proposiciones de Descartes más connotada y a la vez conocida, aunque no siempre bien comprendida, es su famosa “Cogito, ergo sum”, “Pienso, luego existo”. Gran parte de esta apoteósica afirmación, habíase formulado frente al ambiente de represión contra quienes osaron crear un arte en la Edad Media que rompiera de alguna manera con las formas tradicionales, o bien contra los que se atrevieron a formular un pensamiento que cuestionara el orden feudal estatuido. Empero, el sentido común burgués extrae de esta formulación lo que le conviene. En las sociedades estratificadas en clases sociales de hoy, el don de pensar sustentado en la educación es una prerrogativa, un privilegio de los que tienen acceso a la educación y a la cultura, nunca de aquellos individuos carentes de bienes de fortuna. De ahí se sigue que, porque “pienso”, existo; o, dicho de otra forma, porque “pienso” tengo derecho a existir. A partir de esta comprensión de la premisa cartesiana, se produce una desvalorización de la vida para todos aquellos que resulten discriminados. El derecho a pensar que Descartes propuso como una suerte de reivindicación frente al oscurantismo e inmovilismo provocado por la vida feudal, se convirtió de pronto en una propiedad de las élites. Quedan así, la racionalidad y el pensamiento asociados al éxito de los individuos que forman parte de las clases privilegiadas.
En esta lógica, el mundo de hoy progresa porque hay super negocios rentables, aunque sea a costillas de la naturaleza. Se privilegian los negocios rentables, al costo de devastar, por ejemplo, gran parte de la selva amazónica. Nuestro mundo ha sido hasta ahora, el del éxito del progreso económico, aunque sea a base de la producción de hidrocarburos que provocan el debilitamiento de la vida en todo el orbe. Pero, contrariamente ocurre que, en cuanto surge el pensamiento cuestionador, fue relegado a segundos planos durante mucho tiempo; puesto que sus denuncias respecto al hecho de que la vida en el planeta está en riesgo de desaparecer a causa de la actividad productiva contaminante de ciertos grupos humanos, no fue atendida con prontitud. La premisa del “Pienso, luego existo” en ocasiones se desvaneció, ya que el “pensar” no ha surtido efecto siempre, como cuando cuestiona el “estatus quo”. En otras ocasiones el “pensar”, en lugar de generar existencia, nos ha aproximado a la destrucción de la vida. Luego, la premisa cartesiana de “Pienso, luego existo” se ha visto de súbito invalidada. En cambio, el escepticismo de Descartes que dudaba de que hasta sus premisas fueran ciertas, ha cobrado una nueva vida.
En suma, el alcance de la influencia del pensamiento cartesiano ha sido enorme; dice Oakeshott que “…el carácter racionalista emerge de la exageración de las esperanzas de Bacon y del desdén por el escepticismo de Descartes; el racionalismo moderno es lo que las mentes corrientes fueron capaces de extraer de la inspiración de hombres dotados de discernimiento y de genio…” (Cfr. Oakeshott, Michael. “El Racionalismo en la política” Liberty Press, Indianapolis, 1990.)
En efecto, ninguna disciplina ha escapado a la influencia del pensamiento racional, todas las sociedades modernas y contemporáneas han quedado sometidas a su influjo; si bien, con frecuencia, desnaturalizando la solidez del pensamiento cartesiano, el racionalismo cartesiano quedó convertido en un individualismo metódico y utilitarista. Lo importante, para el racionalismo hoy, es el éxito de cada cual, obtenido si fuera del caso, con prescindencia del bienestar de la sociedad en su conjunto. Este resultado es la simbiosis, el maridaje entre el desarrollo del capitalismo y el pensamiento racional. Así, el nuevo mundo, barre con la base del pensamiento cartesiano, o sea, con la “duda metódica”. Por contraposición, en la contemporaneidad lo que interesa son las certidumbres, eliminar del camino todas las tradiciones y pensares que constituyan obstáculos al éxito a corto plazo. La certeza para alcanzarlo es una condición “sine qua non”, aún al costo de poner en riesgo lo más preciado que poseemos como es la vida. De allí la arrogancia, y el extremismo de un pensamiento individualista y egoísta, que está obsoleto por la amenaza que representa contra la vida misma.